lunes, 20 de octubre de 2014

Ciro El Grande: Dominación y expansión del Imperio Persa.

Descripción de la ruta:
Es bien sabido que con Ciro El Grande se consolida el primer gran imperio en la Antigüedad del cual se tiene conocimiento. La expansión imperial de Ciro abarcó los espacios históricos de Lidia, Media y Babilonia. Su imperio se extendió desde la actual India hasta la península de Anatolia, incorporando también todo el Medio Oriente y Egipto. La presente travesía busca aproximar al interesado en la vastedad del Imperio Persa y las formas de organización social, económica y política que la implantación de un imperio de tal magnitud requiere para su existencia.
En primer lugar, llegaremos a la ciudad de Taskent, capital del actual Uzbekistán, desde donde nos dirigiremos a Samarcanda, conocida por los helenos como Maracanda, uno de los centros poblaciones más grandes de la antigüedad, y un importante centro comercial dada su posición estratégica en la conocida Ruta de la Seda. Posteriormente nos dirigiremos a la actual ciudad de Baji en Afganistán, en cuyo seno se encuentran las ruinas de la antigua ciudad de Bactra, celebre en los tiempos de Alejandro Magno. Atravesaremos Irán hasta llegar a la antigua ciudad de Pasargada, conocida por ser la primera capital del Imperio persa aqueménida. De esta partiremos posteriormente a la antigua ciudad de Persépolis, capital del Imperio aqueménida durante la regencia de Dario I y uno de los yacimientos arqueológicos mas importantes para la comprensión del imperio persa. Partiremos a Susa, antigua ciudad celebre por ser la capital de Elam, pero conquistada y convertida en capital del Imperio Persa por parte de Ciro II.
La segunda etapa del recorrido consiste en atravesar el río Tigris hasta llegar a las ruinas de la antigua ciudad de Babilonia, uno de los principales bastiones de la Antigüedad que Ciro incorporó a su imperio por medio de sus campañas expansionistas. Ascenderemos hasta la antigua ciudad de Behistún, celebre por ser la sede de uno de los hallazgos claves para la comprensión de la asirilogía: la inscripción de Behistún, la cual permitió el posteriormente desciframiento de algunas lenguas semíticas. Desde Behistún ascenderemos hasta la antigua ciudad de Ecbatana, según los griegos la capital del imperio meda y adoptada como capital oficial del Imperio después del destronamiento de Astiages por parte de Ciro el Grande. Pasaremos por Nínive hasta llegar a la ciudad de Sidón, una de las mayores ciudades del Líbano actualmente pero celebre por haber sido la sede de una de las ciudades fenicias más importantes. Navegaremos por el mar Mediterráneo hasta llegar a la antigua ciudad griega de Salamina, ubicada en la actual isla de Chipre y celebre por ser motivo de enfrentamientos entre los griegos y persas por el dominio del Mediterráneo. De Salamina partiremos a la actual península de Anatolia donde visitaremos el Halys, o conocido actualmente como el río Kizilirmak, celebre por haber sido históricamente la frontera natural entre Lidia y Media. También fue en este río donde Ciro derrotó a Creso en el 547 a. C. y anexionó a Lidia al imperio aqueménida. Partiremos a la antigua ciudad de Sardis, antigua capital del reino de Lidia y conquistada por Ciro hacia el 456 a. C. Concluiremos la travesía atravesando el Mar Egeo hasta la ciudad de Maratón, celebre por ser la sede de la derrota que los atenienses y platenses le infringieron a los persas en el 490 a. C.

Imagen de la ruta:

La ruta en imágenes:


Samarcanda, conocida como la ciudad azul de la Ruta de la Seda. Imagen tomada de: canalviajes.com


Restos de la antigua ciudad de Bactra localizados en la actual Afganistán. Imagen tomada de: alexanderlostworld.com


Tumba de Ciro en Pasargada. Imagen tomada de: arteHistoria.com


 Panorámica de los restos de la maravillosa ciudad de Persépolis, uno de los vestigios más importantes de la arquitectura y la cultura material aqueménida. Tomada de: asiaviaje.com


Restos de la capital elamita de Elam. Imagen tomada de: axisofevilworldtour.com



Fotografía de las ruinas restauradas de la antigua ciudad Babilonia en el 2009. Tomada de: www.spiritandtruth.org


Panorámica de los restos de Behistún y detalle de la inscripción del mismo nombre, la cual presente los logros del emperador Dario I en tres idiomas distintos: persa antiguo, elamita y babilonio.


Restos de la antigua capital meda de Ecbatana. Tomada de: samruthandhannah.blogspot.com


Ruinas del templo de Eshmún, deidad fenicia de la curación, cerca de Sidon. Tomada scapeartistes.com


Restos de la ciudad griega de Salamina en Chipre. Tomada de: www.dslrtravel.com


Meandro del río Halys o Kizilirmak. Tomada de: www.livius.org.


Fotografía de los restos del templo de Artemisa en la ciudad de Sardes. Fotografía tomada por Ferrell Jenkins.


Monumento a Filipides y colina de la llanura de Maratón.

Historia:

Hay una suerte de sospecha en apreciar los grandes sucesos históricos como resultado de la voluntad de un solo hombre, ya sea por la excesiva egolatría que el monarca exhiba en sus registros históricos, o ya sea en la falta de documentación que permita detallar rigurosamente estos hechos, es innegable abordar la historia de los grandes imperios sin hacer atribuciones a hombres particulares. En qué medida Ciro II, hijo Cambises I, sería el ejecutor de un proyecto de tal envergadura que solo sería superado por Alejandro Magno unos doscientos años después. Dice Jenofonte en la Ciropedia: “llegaba a la conclusión de que es más fácil gobernar a cualquier animal que al hombre. Pero cuando consideré que existió un persa, Ciro, que se hizo obedecer por un inmenso número de hombres, por innúmeras ciudades y naciones, me vi obligado a mudar de parecer, reconociendo que no es imposible, ni siquiera difícil gobernar a los hombres, con tal de saberlo hacer con inteligencia” (Jenofanes, 1947, p. 5).
En efecto, la vastedad del Imperio Persa implicaba a su vez la modernización de las formas de control político territorial, las cuales resultaron inefectivas en los tiempos imperiales mesopotámicos. No solo era necesaria la instauración de un código legislativo comúnmente compartido, sino la creación y consolidación de un sistema administrativo descentralizado que permitiría el ejercicio de las funciones administrativas y logísticas. Las satrapías corresponden a “zonas de ocupación militar que más tarde se convierten en regiones gubernamentales y administrativas del Imperio” (García, 1993, p. 220). De esta manera, la expansión imperialista persa supuso a su vez la consolidación de una nueva forma de organización territorial y la formación de un funcionariado público más complejo. La brillantez de Ciro no solo se aprecia en la conformación de dicho sistema de organización política, el caso de las ciudades-estado acadias es especialmente ilustrativo: Sargón II al instaurar el régimen acadio sobre las ciudades sumerias sustituyó a los gobernantes locales por funcionarios acadios, no obstante esto no impidió el debilitamiento del imperio y la subsecuente necesidad de la centralización del poder mediante mecanismos de coerción militares. Ciro involucra a su innovación administrativa la centralización del poder simbólico en su figura, pero también el respeto de las creencias religiosas oriundas del espacio dominado. Como agrega García, “los aqueménidas estuvieron también dispuestos a mostrarse como auténticos defensores de los dioses de otros pueblos a fin de contar con la lealtad de estos” (Ibídem, p. 207). Adicional a la inclusión de un esquema religioso basado en la libertad de culto, los aqueménidas desarrollaron un sistema de comunicación efectivo y seguro necesario para conservar la integridad de un imperio geográficamente extenso, menciona García que “el sistema de comunicaciones fue uno de los grandes logros del Imperio aqueménida. (…). En cada estafeta correos a caballo estaban siempre dispuestos, día y noche, para llevar los despachos reales, de modo que mientras caravanas o los viajeros ordinarios tardaban unos 90 días en ir de Sardes a Susa, en cambio los correos reales, más rápidos que las grullas según Herodoto hacían el camino en 7 días” (Ibídem, p. 219).
La figura de Ciro es bastante respetada por los historiadores clásicos de la época (Jenofonte, Herodoto) y se le reconoce como un modelo de monarca. Menciona Champdor que “en la memoria de los persas el gobierno de Ciro fue hasta tal punto apreciado, su política de urbanismo, de justicia, su comprensión de los intereses, que no siempre eran los de la raza reinante, fueron hasta tal punto reconocidos, que el Gran Rey quedó como un modelo de monarca, el Predilecto de sus súbditos, que sabían reconocer la bondad de su reinado y la tolerancia que no dejó manifestar para con los vencidos, que nunca trató de aterrorizar o desmoralizar” (Champdor, 1954, p. 253). No obstante, se hace necesario sospechar de la historiografía oficial, ya que suele describir los hechos en favor del régimen dominante. Ciro es el claro ejemplo de lo que Weber denomina líder carismático ¿Qué tan ciertas son las grandes cualidades humanas atribuidas a Ciro? Es algo que no podremos saber con certeza, pero resulta especialmente curiosos que sean los historiadores griegos quienes relatan su gobierno y describen su personalidad de manera tan apologética. Fue la rivalidad entre los griegos y los persas un hecho especialmente tratado por los historiadores griegos, rivalidad que no solo se ceñía a causas estrictamente comerciales o geográficas, sino también a un rechazo rotundo cultural. Los griegos consideraban a los persas como bárbaros, ya que estaban exentos de las características idiomáticamente compartidas y los grandes logros de la cultura helénica. Incluso resulta especialmente ilustrativo el caso de la Anábasis retratado por Jenofonte, en el cual diez mil mercenarios persas entran a las huestes de Ciro El Joven, con el fin de destronar a Artajerjes II y acceder a la corona persa.
En efecto, no puede leerse la relación entre griegos y persas como una hostilidad total y rotunda. Siguiendo a Miller, las relaciones entre Persia y Atenas no fueron de exclusiva tensión, ya que promovieron el intercambio de legado cultural material y la adaptación de formas políticas ajenas. Aun así, la preponderancia económica que estaba adquiriendo Atenas, y el refinamiento de sus formas políticas, implicaba la creación de un “otro” extranjero cuya intrusión podría apreciarse como detrimento de lo propio. Esta animadversión hacia lo persa, identificado generalmente con lo exterior, no deja de ser paradójica ya que por ser un centro comercial, Atenas dependía de sus relaciones económicas con otras potencias de la época para asegurar su florecimiento, como también del intercambio cultural que implicaban. En efecto, la economía persa era principalmente productiva mientras la ateniense subsistía del comercio debido a las agrestes condiciones de la geografía mediterránea. Como lo menciona Frye “la fuente principal de riqueza en el imperio aqueménida era la tierra, en todo el Oriente Próximo desde tiempo inmemorial el agua es la clave de la vida del campo” (Frye, 1965, p. 144). Puede leerse en su economía agrícola la necesidad expansionista del imperio persa, como también la necesidad de las sociedades helénicas de generar vínculos comerciales con las civilizaciones de la época, por encima de cualquier divergencia ideológica de superioridad cultural.
Herodoto relata la muerte de Ciro y la visión que tuvo anterior a esta. Cuando Herodoto que “Espargapises [hijo de Tomiris, reina de los masagetas] cuando el vino le dejó libre y él comprendió en qué mala situación se hallaba, suplicó a Ciro que le librase de las cadenas, y lo consiguió, pero en seguida que se vio libre y dueño de sus manos puso fin a su vida” (Herodoto, 1990, 213-214). Su muerte a manos de los masagetas no significó el fin del periodo aqueménida. El sistema de satrapías que tan bien había obrado en la administración, como también el respeto de la diversidad cultural y la libertad de culto; ambos elementos claves para la estabilidad del imperio, necesitaban a su vez de una figura central que ostentará el poder simbólico y el poder real. Con la muerte de los grandes aqueménidas viene la decadencia del Imperio, “el gran Imperio fundado por Ciro y Darío I no existía ya; y nada lo había reemplazado, pues Alejandro, al morir dejaba el trono al más digno, y sobrevino un fraccionamiento en el cual se ven reaparecer las nacionalidades que, durante dos siglos, habían estado agrupadas bajo la dominación de los aqueménidas” (Huart & Delaporte, 1957, p. 231).  
Por último, hay un elemento particularmente interesante que se hace necesario destacar. La libertad religiosa de Ciro ha sido especialmente retratada por la tradición hebrea. En efecto, Esdras capítulo 1 versículos 2: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado de construirle un templo en Jerusalén, en Judá”. Isaías capítulo 41 versículo 2 agrega. “¿Quién ha suscitado del Oriente a aquel que apela a la justicia a cada paso? ¿Quién le entrega las naciones y le somete los reyes? Su espada los reduce a polvo, su arco los dispersa como paja”. En ambos casos de habla de Ciro II, el cual desde la tradición bíblica es apreciado como un intermediario de Dios para lograr la liberación del pueblo de Israel. A diferencia del destierro de los caldeos de Ur, los persas no doblegaron a los judíos sino que ganaron su lealtad respetando sus costumbres y creencias. Ciro II profesaba el zoroastrismo, y a diferencia del tronco judeo-islámico-cristiano, no se presenta como una religión de salvación necesaria de universalizar. Siguiendo a Mallowan, “es probable que las nobles enseñanzas del profeta [Zoroastro] quien, por primera vez en la historia, predicaba la doctrina de la libre voluntad, habría encontrado un alma gemela en la mente liberal de Ciro” (Mallowan, 1985, p. 416). Su habilidad para adaptarse a los cambios y tomar las medidas necesarias para la perduración de Persia dan cuenta del porqué Jenofonte aprecia en la figura de Ciro el modelo de rey.

Referencias:
Champdor, Albert. (1954). Ciro, rey del mundo. Aymá Editores: Barcelona.
Frye, Richard. (1965). La herencia de Persia. Ediciones Guadarrama: Madrid.
García Pelayo, Manuel. (1993). Las formas políticas en el Antiguo Oriente. Monte Avila Editores: Caracas.
Heródoto. (1990). Historias. Libro I. Traducción de Jaime Berenguer Amenós. Consejo superior de investigaciones científicas: España.
Huart, Clement & Delaporte, Louis. El Irán antiguo (Elam y Persia) y la civilización irania. Editorial Hispano Americana: México.
Jenofonte. (2006). Anábisis. Edición de Carlos Varias. Cátedra: Madrid.
Jenofonte. (1947). La Ciropedia. Edición de Demetrio Frangos. UNAM: México.  
Mallowan, Max. Cyrus the Great. En: Gershevitch, Ilya. (1985). The Cambridge history of Iran. Vol. 2. Cambridge University Press: United Kingdom.

Miller, Margaret. (1997). Athens and Persia in the fifth century BC. A study in cultural receptivity. Cambridge University Press: United Kingdom.


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