lunes, 3 de noviembre de 2014

El Antiguo Egipto: La Civilización de la Muerte

Descripción de la ruta:

Es bien sabido para la cultura popular que la civilización de los egipcios representa uno de los más interesantes legados históricos de la Antigüedad. El presente viaje tiene por objetivo introducir a los interesados en los principales yacimientos arqueológicos que permiten a los egiptólogos aproximarse al estilo de vida de los egipcios. Nuestro viaje introducirá a los interesados en el aspecto central que ocupaba la muerte para la civilización económica, aspecto central no solo en términos religiosos sino también en lo concerniente a la actividad política del reino, la economía interna e incluso, lo relacionada a las formas de socialización y las demás expresiones de la vida cultural.
En primer lugar, iremos desde el Alto Nilo hasta llegar al delta, es decir que nuestra travesía irá de Sur a Norte. Ascenderemos por el Nilo, desde el lago Victoria hasta llegar a una de las ciudadelas egipcias más celebres, compuesto de templos que fueron excavados en la roca durante el reinado del faraón Ramsés II en el siglo XIII a. C., como un monumento dedicado a dicho faraón y a su esposa Nefertari, para conmemorar su supuesta victoria en la batalla de Qadesh y mostrar su poder a sus vecinos nubios. Luego nos dirigiremos a Wadi es-Sebua, conocido también como el valle de los leones y compuesto de templos construidos por Ramsés II. Posteriormente, atravesaremos el lago Nasser hasta llegar a Asuán, la ciudad más meridional de Egipto y antiguamente conocida como Swenet, uno de los principales yacimientos canteros y mineros para la civilización.
En segundo lugar, visitaremos Kom-Ombo, sede del celebre templo de Sobek y Haroeris, celebre centro agrícola actualmente e importante centro estratégico de rutas comerciales en la Antigüedad. Luego visitaremos Edfu, antigua ciudad egipcia con numerosos templos dedicados al dios Horus. Llegaremos a Esna, antigua ciudad egipcia donde se erigió un templo en honor a Jnum, dios de la noche. Visitaremos Luxor, conocida por ser la capital del Nuevo Imperio del Antiguo Egipto, es conocida como la ciudad de los grandes templos del antiguo Egipto y de las célebres necrópolis de la ribera occidental, donde se enterraron a los faraones y nobles del Imperio Nuevo de Egipto, denominados el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas. Esta segunda etapa finalizará con la visita a Karnak, importante por su complejo de templos y las fortificaciones que rodeaban la ciudad, siendo por esa razón una de las principales sedes religiosas del Antiguo Egipto.
Llegaremos a la ribera occidental donde visitaremos la ciudad de Tebas,capital durante la undécima dinastía egipcia, siendo durante más de mil años la capital del Antiguo Egipto, residencia de faraones, ciudad sagrada y morada de los Sumos sacerdotes de Amón. Luego visitaremos Abidos, uno de los más importantes centros políticos del Alto Egipto y conocida por ser la sede de los más antiguos documentos de escritura conocidos, encontrados en el enterramiento del soberano predinástico Horus Escorpión I en la necrópolis de Umm el-Qaab, Abidos, fechados entre 3300 y 3200. 
Posteriormente, haremos una parada en la actual ciudad de Mallawi, para reanudar luego nuestro viaje hasta Tell el Amarna, nombre árabe para la antigua ciudad de Ajetatón, encargada de revitalizar el culto de Atón por parte del faraón Akhenatón. Luego llegaremos a El-Ashmunein, conocida también como Hermópolis Magna, capital del nomo XV del Alto Egipto. Posteriormente nos dirigiremos a Beni Hassan, sede del culto de la diosa Pajet durante el Imperio Medio.
Por último, nos dirigiremos a Beni Suef desde donde nos dirigiremos hasta El Fayum, el cual recibió particular atención de varios soberanos de la dinastía XII que fueron los promotores de amplios trabajos de canalización y mejora de la región que se convirtió en un centro agrícola de primera importancia en Egipto desde el Imperio Medio. Luego nos dirigiremos a El Cairo, actual capital de Egipto, en donde visitaremos el Museo Egipcio de El Cairo, el cual recoge la mayor colección del mundo sobre el Antiguo Egipto, con más de 120.000 objetos. Por último, nos dirigiremos a la ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en el año 331 a. C. en una estratégica región portuaria, se convirtió en pocos años en el centro cultural del mundo antiguo.

Imagen de la ruta:


La ruta en imágenes:


Fachada externa del templo de Ramsés II en Abu Simbel. Imagen recuperada de: famouswonders.com


Valle de los leones, en Wadi es-Sebua. Imagen recuperada de: wallpaperdownloader.com


Imagen del Lago Nasser, con los templos de Ramsés II y Nefertiti al fondo. Imagen recuperada de: siempreviajeros.com


El templo de Philae en Asuán (Aswan). Imagen recuperada de: www.viajo.org


Templo de Sobek y Haroeris en Kom-Ombo. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Templo de Horus en Edfu. Imagen recuperada de: sofiaoriginals.com


Templo de Khnum en Esna. Imagen recuperada de: gonback.com


Imagen de un templo en Luxor. Imagen recuperada de: sobolviajes.com


Templos fortificados en Karnak. Imagen recuperada de: famouswonders.com


Restos arqueológicos de Tebas. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Templo de Sethy I en Abidos. Imagen recuperada de: egipto.travelguia.com


Tumbas del antiguo Akhenatón en Tell el-Amarna. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Columnas de Hermópolis Magna. Imagen recuperada de: i-cias.com


Fachada del templo de Hatshepsut en Beni Hassan. Imagen recuperada de: touregypt.net


Pirámide de Meidum en Beni Suef. Imagen recuperada de: engr.scu.edu.


Imagen panorámica del lago de El Fayum. 


Imagen del exterior del Museo Egipcio en El Cairo. Imagen recuperada de: turismoelcairo.com


Anfiteatro romano en Alejandria.

Historia:

El culto a la muerte desempeña un papel esencial en la configuración cultural de la antigua civilización egipcia. La mayoría de restos arqueológicos y monumentos arquitectónicos que nutren la imaginación contemporánea de lo egipcio aluden en su mayoría a templos y tumbas. Podemos afirmar entonces que la apreciación de la muerte para los egipcios era una actividad vital. La antigua civilización egipcia, que floreció en las riberas del Nilo, se caracterizaba por la creación y edificación de majestuosos emplazamientos mortuorios que no solo daban cuenta de las destrezas técnicas e ingenieriles de los egipcios, sino también del carácter central que lo tanatológico desempeñaba en todas las esferas de la cotidianidad egipcia. Dicho carácter central no debe reducirse a la concepción de una mera fábula religiosa, sino que en la muerte puede apreciarse también un símbolo de dominación política y una relevante fuente de ingresos económicos. Como lo mencionan Trigger et al, “parece imposible referirse al Imperio Antiguo sin utilizar de alguna forma los cementerios reales como índice del poder del rey” (Trigger et al, 1985, p. 116). Inclusive, se emplea el adjetivo de faraónico para expresar la majestuosidad o grandeza de alguna edificación o acción concreta de gobierno. Dichos aspectos solo pueden comprenderse si apreciamos en la vida política del Antiguo Egipto una enorme necesidad de legitimar el poder del faraón mediante la exteriorización de su grandeza, es decir, en la necesidad de resaltar el poderío y las facultades del faraón reflejándolas en majestuosas edificaciones que daban cuenta de sus capacidades como regente. Solo en la medida que las obras eran imponentes y no tenían precedente podía apreciarse el poder del faraón como único en su tipo. Esta necesidad de legitimar su estancia en el poder en gran medida se debe a la indiferenciación del plano político del plano religioso. En efecto, era imposible pensar el gobierno dinástico faraónico de los principales imaginarios religiosos vigentes en la época. La divinización del faraón era una condición necesaria para garantizar la estabilidad interna del imperio y asegurar la obediencia de los súbditos. Solo si tenemos en cuenta esta coparticipación de lo sagrado de la religión con lo profano de la política, podremos apreciar porque la muerte desempeña un rol tan significativo en la vida social de los antiguos egipcios.
El vínculo íntimo entre la familia real y el panteón egipcio aseguraba la apreciación de la muerte como un mecanismo de divinización. Como menciona Parra, “la misma pirámide era un elemento destinado a conseguir la vida eterna para el faraón mediante su acceso a las estrellas. Teniendo en cuenta la estrecha relación existente desde siempre entre el dios Horus (…) y el soberano egipcio, no podía ser de otro modo” (Parra,  2009, p. 131). La pirámide concretamente alberga en su configuración una fuerte simbología de poder sobre lo mortal. En primer lugar, los egipcios la consideraban una forma geométrica sublime. En segundo lugar, su forma puntiaguda y su altura buscaban asegurar la comunión entre lo terrenal y lo celestial, paso necesario para la inmortalidad del faraón. En último lugar, la pirámide es un ejemplo de una construcción imponente cuya elaboración requiere un invaluable esfuerzo humano y el mayor desarrollo tecnológico disponible en la época. “En las sociedades antiguas, las innovaciones tecnológicas y otras formas de conocimiento práctico (…) así como el perfeccionamiento de las capacidades ya existentes, fueron fruto no tanto de una investigación deliberada como de la necesidad de obtener lo medios adecuados para llevar a cabo los refinados proyectos de la corte” (Trigger et al, 1985, p. 116). El culto de la muerte que los egipcios profesaban como mecanismo de dominación política aseguro, a su vez, el desarrollo de nuevas prácticas y técnicas que enriquecieron considerablemente el legado material egipcio. Pero, no solo la imponencia que caracterizaba a las construcciones dedicadas a conmemorar el fallecimiento de la realeza eran la única garantía de orden social y estabilidad política, era necesario hacer de los rituales mortuorios una práctica excluyente, un privilegio reservados solo a los hombres más cercanos a Dios. En efecto, las exigencias de la preparación del cuerpo mediante el embalsamiento y momificación de los cadáveres exigían numeroso cuidado y por eso no resultaba barato para los miembros de castas sociales más bajas, “solamente unos pocos disponen de los medios económicos necesarios para procurarse unos rituales y objetos que les ayuden a disfrutar del más allá, aunque ello no impedía que el resto de la sociedad también pudiera alcanzarlo” (Pérez, 2004, p. 180). El sentido privilegiado de los ritos funerarios y las prácticas mortuorias conmemorativas ayudaron a fortalecer la distinción cualitativa entre la nobleza y los habitantes comunes y corrientes.
La numerosa cantidad de dioses y de templos conmemorativos arroja un dato interesante sobre la configuración espacial y política del Antiguo Egipto. Los templos suelen estar ubicados en los nomos y por lo tanto son garantía de poder político a nivel local. Por otra parte, la diversificación de deidades egipcias puede apreciarse nuevamente como una estrategia de control político en la medida que la relevancia de una divinidad cambiaba según la dinastía que ostentará el poder, así por ejemplo se entiende que el templo de Tell el Amarna durante el periodo faraónico de Akhenatón buscaba revitalizar el culto de Atón, reformando el culto religioso en favor de dicho deidad, dejando a un lado el anteriormente predominante culto de Amón. El carácter provisional del panteón egipcio no devela un tono instrumental de todo el conocimiento religioso egipcio, sino más bien refleja el mutuo compromiso que se daba entre los actos de gobierno y la administración pública por un lado, y la legitimación del poder político de la propia familia real rememorando la genealogía egipcia precedente. Dicho de otro modo, la confluencia de lo religioso y lo político debía darse en el faraón si este buscaba legitimar su estancia en el poder. Como lo precisa Kemp: “la sociedad egipcia del período Dinástico estaba muy jerarquizada. La armonía dentro del Estado emanaba de una única fuente, el monarca, y por medio de funcionarios leales llegaba hasta el pueblo. El rey representaba el papel de supremo mantenedor de orden, que abarcaba no solo la responsabilidad de la justicia y la piedad sino también la conquista del desorden” (Kemp, 1992, p. 67). La sociedad egipcia exigía que el poder absoluto del faraón se sobrepusiera al caos, solo así era posible hablar de un orden social. Esta manera mítica de concebir lo político parece ceñirse exclusivamente a la lucha cíclica entre Amón Ra y la serpiente Apofis, el primero encargado de pilotear la barca solar se veía amenazado por la segunda, que era la representación de todos las fuerzas maléficas. En esta lucha constante entre el orden y el caos, donde el primero siempre se sobrepone al segundo da cuenta de la importancia de que en las esferas de la vida pública haya una fuerza absoluta que garantice el orden frente a las constantes dinámicas subversivas del caos. La injerencia de los dioses en las actividades políticas egipcias mediante la divinización del faraón, garantizaba que este fuera mantenedor del Maat u orden cósmico. Siguiendo a Trigger et al, “aparece ya el concepto de maat, como fuerza que asegura un universo ordenado (…) y cuya realización era responsabilidad de los faraones (…) Además, la asociación entre maat y la sociedad justa encuentra expresión en las instrucciones del visir Ptahhotep de la Dinastía V: la justicia (maat) es grande, su valor es duradero. No ha sido perturbada desde los días de quien la creó. El que transgrede las leyes es castigado” (Trigger et al, 1985, p. 104).
Sintetizando hasta entonces, el fundamento religioso de la actividad política se encuentra en la legitimación divina del faraón como figura garante del orden cósmico en el plano terrenal. De esta manera logra apreciarse porque los elementos religiosos son tan importantes en la administración de la vida pública egipcia. La Muerte en el fondo responde a las exigencias de asegurar el orden después del fallecimiento del faraón, si este último es una figura divina encargada de asegurar el orden, su muerte solo será un paso en la cíclica restauración del orden cósmico. De la misma manera que Osiris reina sobre los muertos, luego de haber sido asesinado por Seth y posteriormente momificado por Isis –su esposa y hermana- y por su hijo Anubis –señor de la necrópolis-, el faraón seguirá reinando en el mundo de los muertos homologando a Osiris. Dice el capítulo II del Libro de los muertos:

Dice Osiris Ani, victorioso:
¡Salve tú que en la Luna brillas! ¡Salve tú que brillas en la Luna! Surja Osiris Ani de entre la multitud de los que están fuera; asentarse pueda como morados entre los que habitan el cielo; ábrase a él el Más Allá. Y que Osiris, Osiris Ani, arribe al día para hacer cuanto le plazca sobre la tierra, entre los vivos. (Álvarez, 1979, p. 7).

El retorno de la muerte por parte de Osiris asegura el balance cósmico, y el posterior triunfo de Horus –hijo de Osiris- sobre Seth asegura a su vez el triunfo del orden sobre el caos. De ahí se deriva entonces que sea Horus la deidad protectora de los regentes egipcios. Pero el triunfo de Osiris sobre la muerte no aseguraba cualquier riesgo posterior que el difunto podría enfrentar en su travesía por el Más Allá.
Ahora bien, se hace necesario precisar los efectos que el culto a la muerte género en ámbitos aparentemente indiferentes al pensamiento religioso, como la economía o la burocracia. En el primer caso, la creación de edificaciones de culto real como templos, pirámides y cementerios conlleva  a la creación de organizaciones sociales encargadas de su cuidado y de su usufructuar las ganancias de considerarlos sitios sagrados de peregrinación. Dichas organizaciones recibieron el nombre de fundaciones piadosas y su objetivo era “el de asegurar el mantenimiento perpetuo de los cultos de las estatuas: de los dioses, de los reyes y de los individuos privados” (Trigger et al, 1985, p. 115). En el segundo caso, el origen divino del poder político canonizaba el sistema legal vigente, “el principal apoyo del sistema era, naturalmente, la doctrina de que el Estado pertenecía a un gobernante que era un dios (…) el sistema de vida y de nacionalidad les parecía sumamente eficaz, y le dieron sanción divina mediante la persona del dios que era dueño y gobernante del país” (Wilson, 1988, p. 115). No obstante podría cuestionarse el talante divina del funcionariado estatal egipcio alegando que la legitimación divina cambiada según las dinastías y las familias reales que llegaban al poder. Lo anterior es cierto pero ese no es el problema, lo que tiene en común la administración sobre lo público es su completa dependencia a un estándar religioso de legitimidad, y no a su supeditación a una deidad concreta o particular.
Se hace necesario precisar a partir de lo anterior que la celebración de la muerte en la antigua civilización egipcia no solo garantizaba el vínculo entre lo sagrado y lo profano, o aseguraba la preservación del maat en tanto el poder político devenido de dios se materializaba en la figura del faraón. También tenía otros usos prácticos y del culto a la muerte se desprendieron consecuencias bastante interesantes. Una de ellas consiste en la división del trabajo, ya que la economía interna derivada del culto de los monumentos funerarios no solo generó una primigenia burocracia encargado de administrar dichas ofrendas, sino también los avances tecnológicos necesarios para concretar exigencias de la corte del faraón implicaron la tecnificación de los trabajadores. Un caso especial es el de la arquitectura, ya que como bien dice Walker, “la arquitectura fue el arte por excelencia, por lo que estaban supeditados completamente la escultura y la pintura. El culto a los muertos daría origen a la arquitectura funeraria, pudiéndose afirmar que, por lo general, el arte egipcio fue religioso-funerario, ya que fueron los templos y los sepulcros los edificios a los que dedicaron sus preferencias” (Walker, 1998, p. 263). Las exigencias de monumentos que inmortalizaran la grandeza del faraón a través del tiempo exigieron el desarrollo de nuevas formas de construcción, lo que sin duda fue un avance sin precedentes en la historia de la tecnología en la antigüedad. Por otro lado, el gusto estético de los egipcios llevó al desarrollo del artesanado y las cualidades ornamentales de sus creaciones se hicieron célebres a lo largo y ancho del mundo antiguo. De esta manera podemos apreciar como un elemento tan íntimo y a la vez tan renegado como la Muerte se vuelve para los egipcios en un pilar fundamental que orienta todas sus actividades como civilización.

Referencias:
Álvarez Flórez, José Manuel. (Ed.). (1979). El libro de los muertos. Veron Editor: Barcelona.      

Kemp, Barry. (1992). El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización. Crítica Grijalbo Mondadori: Barcelona.

Parra Ortiz, José Miguel. El Reino Antiguo. En: Parra Ortiz, José Miguel. (2009). El Antiguo Egipto. Sociedad, economía, política. Marcial Pons Historia, Madrid.  

Pérez Largacha, Antonio. (2004). La vida en el Antiguo Egipto. Alianza Editorial: Madrid.

Shaw, Ian. (Ed.). (2007). Historia del Antiguo Egipto. Traducción de José Miguel Parra Ortiz. La esfera de los libros: Madrid.

Walker, Martin. (1998). Civilización egipcia. Edimat Libros: Madrid.

Wilson, John A. (1988). La cultura egipcia. Fondo de cultura económica: México.


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