El imperio asirio se ha caracterizado en los anales de la historia del Antiguo Oriente por su belicosidad, pero también por su asimilación de los legados acadio y babilonio. Por esta razón no ha de ser extraño considerar que los yacimientos arqueológicos y las fuentes historiográficas empleadas en el estudio de los sumerios, los acadios y los babilonios, sean igualmente empleadas para el estudio de la cultura y la civilización asiria.
Para dar cuenta de la vastedad del imperio asirio, nuestra travesía empezará en el delta del río Nilo, específicamente en los restos de la antigua ciudad de Bubastis, asediada en la antigüedad por Asurbanipal II y Salmanasar III. Luego seguiremos hasta la actual ciudad de Jerusalén, importante en la historia de asiria por ser una ciudad frecuentemente sitiada y sus habitantes vueltos prisioneros (como lo explicita Isaías 36:2). Realizaremos una parada en la actual ciudad de Damasco, donde podremos apreciar detalles de la expansión de los asirios hasta Siria o como se conocía en la antigüedad: el bosque de los cedros. Posteriormente, nuestra primera fase concluirá con la llegada a la antigua ciudad de Biblos, importante asentamiento urbano fenicio desde donde se gestaron alianzas para refrenar el avance asirio hasta el Próximo Oriente.
Ascenderemos hasta la antigua ciudad de Carchemish, importante sede histórica donde sucedió la batalla entre babilonios y la alianza asirio-egipcio, cuya posterior derrota para Asiria marcaría la decadencia de su imperio. Desde Carchemish partiremos hasta la antigua sede de Til Barsip, importante ciudad de origen arameo, cuyo interés por parte de los asirios es suscitado por su localización como importante punto estratégico. Desde allí nos dirigiremos a las antiguas ruinas de la ciudad aramea de Gozan, actualmente el yacimiento arqueológico Tell Halaf.
En la tercera parte de la travesía nos dirigiremos hasta la ciudad antigua de Nínive, importante en la comprensión del mundo asirio, ya que fue esta la sede del palacio del rey Asurbanipal y sobre todo de su biblioteca, la cual contenía aproximadamente diez mil tablillas escritas en cuneiforme y que daban cuenta de los rasgos distintivos de la historia y la cultura mesopotámica. Desde Nínive partiremos hasta Calah, una de las tres capitales del imperio asirio y conocida también como Nimrud, fundada por Salmanasar I en el siglo XIII a.C. Partiremos luego hasta Assur, la primera capital del imperio asirio y a la cual da su nombre, ubicada en el actual al-Charquat y declarado patrimonio de la humanidad en el año 2003. Esta fase concluirá con la partida a la antigua ciudad de Opis, importante centro administrativo babilonio, celebre por su posición estratégica tanto para el expansionismo del imperio Aqueménida como de la campaña de conquista de Alejandro Magno.
Partiremos hacia el oriente a la antigua ciudad meda de Ecbatana, supuesta capital del imperio medo. Desde allí nos dirigiremos al sur hasta la antigua ciudad de Susa, capital del imperio elamita, antigua civilización que rivalizó contra el imperio asirio en su campaña de expansión y control territorial del espacio geográfico comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates. De Susa retornaremos hacia el occidente hasta la antigua ciudad de Nippur, importante sede de revueltas civiles contra los gobiernos provisionales asirios. Luego partiremos hasta la antigua ciudad de Ur, importante por ser la sede de la civilización caldea y uno de los principales flancos opositores al expansionismo asirio. Por último, atravesaremos el Shat-al-Arab desde donde nos dirigiremos hasta el Golfo Pérsico, dando así por terminada nuestra travesía.
Imagen de la ruta:
La ruta en imágenes:
Detalle de las ruinas de Bubastis. Fuente: i-cias.com
Detalle de un yacimiento arqueológico ubicado en la ciudad de Jerusalén. Fuente: news.bbc.co.uk
La puerta de Damasco. Fuente: asesordeviaje.com
Yacimiento arqueológico de la antigua ciudad de Biblos. Fuente: waydn.com
Detalle de las ruinas de la antigua ciudad de Carchemish. Fuente: foxnews.com
Fotografía antigua de excavaciones arqueológicas realizadas en Til Barsip. Fuente: ezida.com
Ruinas excavadas de Tell Halaf. Fuente: Wikipedia.com
Detalle de las ruinas y las murallas de la antigua ciudad de Nínive. Fuente: reservasdecoches.com
Ruinas de la antigua ciudad de Nimrud (también conocida como Calah). Fuente: cemml.colostate.edu
Ruinas de la antigua ciudad de Assur, capital del imperio asirio. Fuente: assiria.templodeapolo.net
Valle del rio Diyala, en cuya confluencia con el río Tigris se sospecha estaba ubicada la antigua ciudad perdida de Opis.
Descripción de las excavaciones arqueológicas en Ecbatana. Fuente: commons.wikimedia.org
Imagen de los restos arqueológicos de una edificación elamita en la antigua ciudad de Susa (Irán). Fuente: zimbio.com
Ruinas de la antigua ciudad sumeria de Nippur, sede del esplendor del denominado Periodo de El Obeid y uno de los principales rivales del imperio asirio. Fuente: babylon-lyon.com
Vista área del espléndido Zigurat de Ur, una de las piezas arquitectónicas antiguas mejor preservadas hasta el día de hoy. Fuente: starenlaorbita.wordpress.com
Historia del Imperio Asirio:
Hablar del imperio asirio implica hacer
referencia a uno de los momentos cruciales en el desarrollo histórico de las
sociedades del entorno geográfico mesopotámico. En primer lugar, su esplendor
se debía a la manera como lograron concatenar las formas de organización
política antecesoras con la existencia de una fuerza militar coercitiva. En
segundo lugar, preguntarse por las necesidades y los intereses que suscitaron
las constantes jornadas expansionistas a lo largo de la existencia del imperio
asirio. En tercer lugar, hasta qué punto la imagen que tenemos de los asirios
no ha sido distorsionada por los registros historiográficos, encontrando
incluso un contraste entre la imagen de guerreros desalmados y sanguinarios, y
la figura letrada del soberano Asurbanipal, cuyo afán recolector y su interés
por la cultura permitió la creación y preservación de uno de los mayores
archivos de la antigüedad.
La imagen que podemos desarrollar de los
asirios es conflictiva, especialmente por las ausencias constantes que
imposibilitan una adecuada elaboración de su pasado. No obstante, se hace
necesario aseverar que a la luz de las fuentes halladas, la imagen de los
asirios sigue siendo la de una sociedad organizada bajo estrictos esquemas de jerarquía
militar. Dicha afirmación nos permite concluir también que su expansión estaba
garantizada en la presencia de una fuerte estructura militar que empleaba
mecanismos de intimidación para asegurar la sumisión. Como lo precisa García
Pelayo: “Asiria, fue, ante todo, un
típico Imperio militar que, aunque establece una racionalizada burocracia
totalmente dependiente del rey y desarrolla una importante legislación, no está
sostenido por una integración institucional, sino por la fuerza de las armas,
que aplica implacablemente ante las numerosas rebeliones”. (García Pelayo,
1993, p. 99). De esta manera, podemos apreciar en los asirios la confluencia de
dos elementos, uno acadio y otro babilonio. Acadio en el sentido de que toda
autoridad política y simbólica residía, en última instancia, en la figura del
rey; por lo tanto toda intermediación estaba supeditada a la voluntad del
soberano con el fin de garantizar la cohesión mediante la centralización del
poder. El elemento babilonio se expresaba en la apropiación de mecanismos
burocráticos y legislativos con el fin de hacer más eficiente la administración
de territorios más vastos y poblaciones cada vez más numerosas.
Como cualquier imperio cuyo poder se
centralizaba en la figura del regente, la sucesión de la autoridad monárquica
era cedida por medio de una sucesión dinástica de padres a hijos. No obstante,
la preservación de un imperio cada vez más vasto por línea dinástica parece un
mecanismo difícil para asegurar el poder, de ahí como dice Hogarth que sea
necesaria la instauración de otras figuras complementarias de poder. “Un imperio que es tan absolutamente
autocrático que el monarca es su fuente principal de gobierno se debilita a
medida que pasa de padres a hijos. Su única oportunidad de conservar alguna de
su prístina fuerza es desarrollar una burocracia que, si se inspira en las
ideas y métodos de los miembros fundadores de la dinastía, puede seguir
realizándolos en un sistema cristalizado de administración” (Hogarth, 1951,
p. 45).
Es a partir de esta nueva dinámica del
poder político que se configura una nueva forma de organización social que
sustituye a la asamblea general (García Pelayo, 1993, p. 100):
Esta forma de organización política y social derivada
de la naturaleza militarista del imperio fue común, pero matizada, a lo largo
del desarrollo del imperio asirio. Luego del esplendor de Babilonia a manos de
Hammurabi, las nuevas incursiones de otras tribus vecinas supusieron un clima
de inestabilidad general. Podemos entonces establecer cuatro puntos clave en la
comprensión de la historia asiria:
1.
La expansión de Asiria a manos de
Asurnasirpal y Salmanasar III.
2. El eclipse y recuperación del imperio en
manos de Tiglat-Pileser III y Sargón II.
3.
El nacimiento de la dinastía de los
sargónidas, con figuras claves como Senaquerib, Asarhadon y el célebre
Asurbanipal.
4.
El esplendor de Asiria durante el
reinado de Asurbanipal hasta la caída de Nínive.
Se entiende entonces como el carácter belico
de la civilización ha sido una constante en la historia asiria, dadas las
frecuentes y periódicas disputas territorial que implicaba el avanza del
Imperio. Durante el gobierno de Sargón II, Asiria “tuvo que enfrentarse a múltiples y graves dificultades: agitación
interna, revueltas en Babilonia, coalición con Siria, hostilidad declarada en
Elam, de Egipto y de Urartu” (Cassin et al, 1993, p. 48). Así, el clima de inestabilidad
externa supuso el recrudecimiento de las medidas asirias, no obstante fue la
naturaleza misma de su modelo de gobierno lo que la debilitó internamente y la
hizo propensa a las incursiones militares del exterior.
Como menciona Oppenheim respecto a lo anterior: “El Imperio Asirio, cuando funciona adecuadamente, estaba basado primeramente en la integración de pequeñas unidades administrativas, pueblos, señoríos, nuevas ciudades se asentaron con colonos, y guarniciones de ciudades conquistadas. La fuerza militar fue empleada para mantener el ingreso a dichos centros de suficiente mano de obra, servicios, productos básicos, como también para proteger la comunicación entre dichas unidades y el centro administrativo mayor. Cualquier debilitamiento de estas funciones debido a la tensión política interna (entre, por ejemplo, el rey y sus altos funcionarios) ponía en peligro las líneas de suministro e interrumpieron la coherencia superpuesta. Eventualmente, el imperio colapsó y cayó en fragmentos que se regían por los intereses locales” (Oppenheim, 1977, p. 167).
Lo que menciona Oppenheim es bastante importante en nuestro análisis ya que explica el creciente afán expansionista de Asiria y sus disputas con Elam, Egipto y Babilonia por importantes puntos estratégicos, tanto comerciales como militares. Es conocido en la historia de Asiria el uso de la práctica de la deportación en masa y el destierro, con fines intimidatorios y sustituyendo a la población autóctona con habitantes asirios. Si bien esta práctica buscaba mantener concentrado el poder en la figura del rey, la constante fragmentación de la misma población fue deteriorando el sentido de pertenencia y acrecentado las ansías separatistas, lo cual puede apreciarse en la existencia de guerras civiles. Como lo menciona García Pelayo, “A pesar del [régimen del terror] fue [Asiria] un Imperio de estructura débil, mecánica, superficial, sacudido por rebeliones de los pueblos sometidos y por guerras civiles con ocasión de la sucesión del trono” (García Pelayo, 1993, p. 100). La dependencia exclusiva de los asirios a su fuerza militar y su capacidad bélica fue su ventaja y a su vez su maldición.
Con Asurbanipal, el imperio asirio busca dar cuenta de sus propios errores y subsanarlos. Este rey doblegó estratégicamente a los egipcios, babilonios, fenicios, elamitas, arameos, caldeos, filisteos y judíos; como diría Roux “Nínive desbordaba de botín tomado de Menfis, Tebas y Susa y el gran nombre de Ashur era temido y respetado desde las riberas del Egeo a las ardientes arenas de Arabia. Asiria parecía ser todopoderosa” (Roux, 1998, p. 359). No obstante, como heredero de la cultura sumeria, Asurbanipal se entendía así mismo como servidor de Dios, sumo sacerdote y protector de los hombres. En ese sentido, se comprendía a sí mismo como un vasallo de Dios cuya función en la tierra consistía en restaurar el orden que había desplazado el caos de los pueblos herejes. En ese sentido, el dominio sobre todo el espacio vital mesopotámico no solo debía ser militar sino también cultural, el hecho de que Asurbanipal mandase a buscar todas las tablillas cuneiformes de interés cultural se debía a la necesidad de postular a Nínive como centro del mundo y a Ashur como máxima divinidad regente. Adicional a dicha estrategia fue el desarrollo no solo de mejores tecnologías militares, sino también de artes y ciencias como la medicina, las matemáticas y la astronomía. Luego de la muerte de Asurbanipal, las tropas babilonias (en alianza con los caldeos) al mando de Napolasar acabarían con la inacabada fortificación de Nínive, con la metropóli religiosa de Calah, como también con el cuartel general de los ejércitos en Assur. Así, con la destrucción de las tres capitales de Asiria en el año 612 a.C. termina uno de los imperios más importantes en la historia de la Antigüedad, imponente y temido no pudo resistir los embates del tiempo. Diría Napolasar de su caída: “El asirio que, desde los lejanos días, había gobernado todos los pueblos y cuyo pesado yugo había infringido heridas a toda la población del país, lo puse a los pies de Acad y me sacudí su yugo” (Roux, 1998, pp. 396-7).
Referencias:
Cassin, Elena; Bottero, Jean & Vercoutter Jean. (1993). Los imperios del Antiguo Oriente. III. La primera mitad del primer milenio. México: Siglo veintiuno editores.
García Pelayo, Manuel. (1993). Las formas políticas en el Antiguo Oriente. Caracas: Monte Avila Editores.
Hogarth, D. G. (1951). El Antiguo Oriente. México: Fondo de cultura económica.
Oppenheim, A. Leo. (1977). Ancient Mesopotamia. Portrait of a dead civilization. Chicago: The University of Chicago Press.
Roux, Georges. (1998). Mesopotamia. Historia política, económica y cultural. Madrid: Ediciones Akal. S. A.
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