martes, 25 de noviembre de 2014

La Comida en la Antigua Roma: Historia de Gusto, Placer y Poder

Descripción de la ruta:

El presente recorrido se ha trazado tomando como puntos importantes las principales ciudades romanas durante su máximo apogeo territorial, es decir durante los días del Imperio. Nuestro viaje empezará en Londinum (actual Londres) ciudad romana fundada cerca de las aldeas celtas que antes habitaban las islas británicas. Posteriormente, atravesaremos el océano Atlántico hasta llegar a Gades (actual Cádiz), ubicada al sur de la península ibérica, importante por sus flotas marítimas y por su estratégica ubicación geográficas, nodal para el comercio romano. Luego visitaremos Carthago Nova (actual Cartagena), antigua ciudad árabe de Qart Hadasht, rebautizada por Escipión el Africano, importante ciudad por sus yacimientos minerales (plata, plomo, cinc) y arqueológicos. Posteriormente visitaremos Tarraco, una de las principales ciudades de la provincia de Hispana y declarada patrimonio arqueológico por la Unesco en el año 2000. Procederemos a visitar la antigua ciudad de Narbo (actual Narbona), ubicada en Francia y fundada por los romanos en el año 118 a.C., caracterizando por estar situada en la vía Domitia, el primer camino romano construido en la Galia. Visitaremos Massilia (actual Marsella), importante ciudad romana ubicada en la Galia, importante sede de conflictos políticos debida a la lealtad de dicha ciudad al emperador Pompeyo, lo que llevaría a su ocupación militar y anexión forzosa por parte de Julio César cuando llega al poder. Finalizaremos esta primera etapa visitando la antigua ciudad de Antipolis (actual Antibes), anexionada en el año 43 d.C. como una importante sede urbana en la Galia.
Llegaremos a Roma, capital del antiguo Imperio Romano y una de las ciudades más importantes del mundo antiguo y de la actualidad, caracterizada por la confluencia de aspectos históricos y modernos que se entrecruzan en la cotidianidad de la ciudad. En dicha ciudad visitaremos el Anfiteatro Flavio (más conocido por el nombre de Coliseo Romano). Cabe aclarar que dicha ciudad fue la única que ostento el título de Vrb, siendo su localización central para las actividades políticas, administrativas, culturales y económicos, convirtiéndose en el eje del mundo de la Antigüedad, y cuya caída marcaría uno de los puntos claves de la finalización de la etapa histórica antigua. Descenderemos por la península itálica hasta llegar a la antigua ciudad de Puteoli (actual Pozzuoli), nombre que deviene del latín y significa "pocitos", aludiendo a las aguas termales resultantes de su constante actividad volcánica. Posteriormente visitaremos Brindisium (actual Bríndisi), importante ciudad de origen griego y puerto marítimo activo gracias a su cercanía con las antiguas ciudades griegas y el oriente del mar Mediterráneo. Luego visitaremos Corinto, una de las más importantes ciudades griegas ubicadas en la península del Peloponeso que, durante la dominación romana, fue la capital de la provincia de Acaya. Habitada por hombres libres, fue víctima de constantes saqueos. Posteriormente visitaremos Atenas, una de las más celebres ciudades griegas y de la antigüedad, importante centro cultural y comercial ubicado en la península de Ática. Pese a la pérdida de su antigua gloria debido a la guerra del Peloponeso, Atenas seguía siendo una ciudad libre, admirada como canon clásico por los antiguos romanos. Siguió siendo un importante centro de enseñanza filosófico hasta que el auge del cristianismo, y posterior declive de las corrientes de pensamiento pagano, le restaron importancia como ciudad. Terminaremos esta segunda etapa visitando la antigua ciudad griega de Éfeso, que durante el dominio romano se caracterizó por su prosperidad comercial, esto debido al abundante número de vías pavimentadas que la comunicaban con Capadocia (región central de la península de Anatolia).
Reanudaremos nuestro viaje visitando los domino romanos en el Oriente Próximo. Empezaremos por visitar la antigua ciudad de Antioquía, capital de la provincia de Siria y una de las ciudades más importantes en términos de población, se caracterizaba igualmente por ser un importante crisol de culturas, permitiendo el intercambio cultural entre los romanos, los helenos y los levantinos. Su relevancia igualmente se extiende como importante sede de difusión del cristianismo. Luego partiremos a Cesarea Marítima, importante ciudad antigua construida por Herodes el Grande, ubicada en la actual nación de Israel. Importante en términos historiográficos por ser la sede de las masacres que los romanos propiciaron contra los judíos, tal como lo relata el historiador Flavio Josefo.
La cuarta etapa de nuestro viaje tendrá por finalidad conocer la expansión de la cultura romana y el imperio en el norte de África. Luego de la derrota de Aníbal y la victoria de Roma sobre Cartago, la posesión del norte africano fue decisiva ya que permitió el control total del Mediterráneo y la posesión de territorios africanos importantes para el abastecimiento alimenticio de la población romana. Visitaremos Alejandría, ciudad fundada por Alejandro Magno en el norte de Egipto y uno de los centros culturales más importantes de la antigüedad, gracias a la celebre biblioteca de Alejandría-Regentada por Cleopatra VII, fue dominada en primer lugar por Julio César, y luego anexionada por Augusto debido a la alianza de dicha reina con Marco Aurelio. Visitaremos luego la ciudad de Cirene, importante protectorado romano y sede importante de grandes matemáticos, médicos y filósofos, como Eratóstenes, Aristipo y Sinesio. Nos dirigiremos a Leptis Magna, importante ciudad cartaginense cercana a la actual Trípoli, colonia romana durante el periodo de Trajano y una de las más importantes de la provincia de África. Visitaremos Siracusa, ciudad ubicada en la isla de Sicilia, de origen griego y posteriormente incorporada por los cartaginenses. Fue un importante centro comercial y su posición estratégica explica el interés de anexionarla durante las Guerra Púnicas. Por último, concluiremos nuestro viaje visitando la antigua ciudad de Cartago, fundada por Tiro y cercana a la actual ciudad de Túnez, siendo la capital del antiguo Estado Púnico, incorporando a su territorio zonas importantes como Hispania, Mauritania y Numidia. Fue derrotado por el imperio romana en la lucha por la hegemonía del Mediterráneo.


Mapa de la ruta:


La ruta en imágenes:

http://jimshelton.files.wordpress.com/2010/06/romanwall.jpg 

Detalle de la antigua Muralla de Lóndres, construida por los romanos para contener a las tribus celtas expulsadas de Londinum. Recuperada de: jimshelton.wordpress.com


Teatro romano de Cádiz (Gades). Recuperado de: wikipedia.org


http://administracionpublica.com/wp-content/uploads/2011/11/1921978.jpg

Teatro romano ubicado en Carthago Nova. Recuperado de: www.arteespana.com

https://latunicadeneso.files.wordpress.com/2013/05/anfiteatro-romano-tarraco.jpg

Imagén panorámica de un teatro romano en Tarraco. Recuperado de: latunicadeneso.com
 

Ruinas romanas ubicadas en Tarraco. Recuperado de: www.patrimonio-humanidad.com



Detalle preservado de un camino pavimentado romano en Narbona. Recuperado de: nuestraexperienciaviajera.blogspot.


Detalle de la zona costera de Marsella. Nótese el estilo arquitectónico propimante romano. Recuperado de: lavanguardia.com


Detalle de restos de edificos romanos en las calles de Antibes (antigua Antipolis). Recuperado de: scottandbeccafitz.wordpress.com


Imagen del exterior del Anfiteatro Flavio en Roma. Recuperado de: cv.uoc.edu.



Imagen del interior del Anfiteatro Flavio en Roma. Recuperado de: historiacivil.wordpress.com

 

Vista aérea del anfiteatro Pozzuoli. Imagen recuperada de: www.news-24h.it


Detalle de columna y calzada de la vía Apia atravesando Bríndisi. Recuperado de: www.iloveroma.it

Templo de Poseidón en Corinto. Recuperado de: redul.wikispaces.com


Acrópolis de Atenas. Recuperado de: www.viajejet.com



Templo de Adriano en Éfeso. Recuperado de: agrega.educacion.es



Anfiteatro romano en Éfeso. Recuperado de: catorcenueces.com


Anfiteatro romano en Antioquía. Recuperado de: ccemexico.net
Ruinas de murallas y una calle pavimentada en Antioquía. Recuperado de: editoriallapaz.org

Acueducto en Cesarea Marítima. Recuperado de: taringa.net
 

Promontorio donde se erigia el Palacio de Herodes. Recuperado de: israel-tourguide.info



 El Anfiteatro romano ubicado en Alejandría. Recuperado de: fototravel.net


Detalle de un templo de origen romano en Cirene. Recuperado de: serturista.com



Ruinas romanas en Cirene. Recuperado de: www.gigiaz.com



Anfiteatro romano en Leptis Magna. Recuperado de: wikipedia.org

 
  Ruinas cartaginenses en Leptis Magna. Recuperado de: goista.com



Templo de Leptis Magna. Recuperado de: maravillasdelahistoria.blogspot.com



Teatro romano de Siracusa. Recuperado de: pinake.wordpress.com


Ruinas de Cartago en Túnez. Recuperado de: www.epicidad.com



Panorámica de las ruinas de Cartago. Recuperado de: www.photaki.com

Historia:

LA COMIDA EN LA ANTIGUA ROMA: HISTORIA DE GUSTO, PLACER Y PODER.
         1.    Introducción:
Antes de esbozar los elementos argumentativos del presente trabajo, se hace necesario realizar una mención a la obra de Michel de Certeau: La invención de lo cotidiano. Dicha obra supuso el creciente interés historiográfico en registrar los comportamientos que integran la vida cotidiana de los habitantes de una sociedad específica, mostrando como sus acciones más comunes y corrientes pueden dar cuenta de los detalles y especificidades de su tiempo. Como lo menciona Certeau: “[Mi intención] consiste en sugerir algunas maneras de pensar las prácticas cotidianas de los consumidores, al suponer de entrada que son de tipo táctico. Habitar, circular, hablar, leer, caminar o cocinar, todas estas actividades parecen corresponder a las características de astucias y sorpresas tácticas”. (Certeau, 1990, p. 46). En efecto, solo a partir del reconocimiento de los comportamientos ordinarios puede entenderse el creciente interés de historizar detalladamente las prácticas de consumo y alimentación como constitutivas de los rasgos culturales de una determinada estructura social. El constante interés de registrar históricamente a las grandes figuras humanas, los procesos de conquista y expansión, las querellas internas entre grupos sociales, las disidencias políticas, las crisis económicas, o los grandes logros artísticos, filosóficos y literarios nos lleva a olvidar que una práctica tan recurrente, tan ordinaria -y no por ello menos importante- como lo es la alimentación a esta presente a lo largo de toda la historia humana. La manera como el comportamiento hacia la comida se exterioriza puede decirnos mucho del estado del arte de una sociedad.
Alegoría del gusto de Jan Brueghel El Viejo, 1618. Museo del Prado. 

En nuestro caso concreto nos preocupan las prácticas alimentarias de la antigua civilización romana. Práctica que no solo se reduce al mero ámbito de la producción (agrícola o ganadera) sino también a la preparación, dietética, estética y simbología de los alimentos. En efecto, ya sea por los banquetes descritos por Petronio en el Satiricón[1], o bien en la Alegoría del gusto de Brueghel el Viejo, o en las imágenes cinematográficas de las películas de Tinto Brass[2], hay un elemento recurrente en el imaginario actual cuando se habla de Roma, se le identifica con los excesos y con los placeres. La relevancia que los placeres y la sensualidad desempeñaba en Roma contrasta con el rechazo de lo mundano y lo material que el cristianismo instaura en pro de la bienaventuranza divina. En este escenario de placeres ditirámbicos y derroches dionisiacos se puede hacer una doble lectura: o bien la concepción que se tiene de la Roma imperial puede estar influenciada bajo la carga moralizante de la historiografía oficial, o también la exacerbación hedonista y sensualista puede corresponderse con la predominancia geopolítica de Roma en la Antigüedad, ya sea bajo el control total del mare nostrum o con la identificación de Roma como el axis mundi, las prácticas convencionales estaban en consonancia con el dominio político y militar que ejercía Roma para la época.
Lo anterior puede llevar a la siguiente pregunta: ¿dichas prácticas sensualistas eran comunes a todos los integrantes de la sociedad romana? En efecto no era así. Una sociedad tan jerarquizada como la romana tiene un esquema bastante diferenciado de prácticas y hábitos. A esta diferenciación en términos de clase social y de actividad económica es lo que reconoce Certeau como el sentido táctico de la práctica. Las prácticas comunes y corrientes no son inocentes ni mucho menos neutrales, por lo general reflejan el estado del arte de las formas de dominación o de las relaciones de poder que hilvanan una sociedad. En el caso de la comida en Roma, está no solo se reduce a una mera práctica de subsistencia, sino que se instrumentaliza y refina. Como lo menciona Grimm:
“El banquete, como bien sabe todo aficionado a los espectáculos de Hollywood, era central en la vida del Imperio. Así, los romanos, como la mayoría de los pueblos mediterráneos, eran muy conscientes de la importancia de la hospitalidad y comensalía en el cimiento de las comunidades, como expresó con tanta propiedad un pompeyano con grafito sobre una pared: “Aquel con quien no como, un bárbaro es para mí”. Comer con otros era síntoma de amistad, aceptación y contactos. Por esta razón, los banquetes no sólo eran útiles como reunión de familiares y amigos, sino para progresar en negocios e intereses políticos” (Grimm, 2009, p. 87)
Reconociendo la importancia de la alimentación en Roma como una práctica táctica, el presente trabajo busca responder a tres tipos de interrogantes. En primer lugar, cómo se transforman las prácticas alimenticias en Roma a partir de las desestabilizaciones políticas y las crisis internas; en otras palabras, ¿dichas prácticas habituales se ven afectadas de manera considerable al verse amenazada la estructura social que las cobija? En segundo lugar, cómo se modifican y adaptan las prácticas alimenticias y el consumo de alimentos a partir de la diferenciación social romana: patricios, legionarios, plebeyos, esclavos; en otras palabras, cómo se interioriza la preparación y el consumo del alimento a partir de la condición social de la persona quien se beneficia de este. En tercer lugar, qué nueva clase de connotaciones morales y medicinales adopta las prácticas alimenticias en la antigua Roma, es decir, de qué manera se van diversificando sus funciones.   

2.      La necesidad de alimentar al Imperio:
La constante expansión territorial del Imperio romano supuso el crecimiento demográfico de la población, y por lo tanto, la necesidad de encontrar nuevas fuentes de abastecimiento de alimenticio. Pero, es importante precisar que las condiciones geográficas y climáticas del Mediterráneo en sí no lo hace un espacio favorable para la producción de una vasta diversidad de alimentos; si bien no se puede rechazar la constante influencia de factores bélicos y epidemiológicos, el rezago tecnológico, la falta de una buena administración y condiciones naturales, todos aunados, favorecieron la irrupción de crisis alimentarias. Como bien lo precisa Garnsey:
“Las causas fueron tanto naturales como humanas. Las crisis alimentarias, entonces como ahora, surgidas de una aguda reducción de comida disponible, no de comida producida. Sus orígenes han de ser hallados por un lado, en el clima, el medio ambiente físico, y el estado de la tecnología agrícola, y por el otro, en las condiciones de transporte y comercio, y en la irrupción del movimiento de alimentos esenciales a través de la intervención humana en forma de guerra, piratería, mala administración, o mercantilismo” (Garnsey, 1995, p. 126).
En parte fueron dichas necesidades las que obligaron a la expansión multidireccional del Imperio, especialmente el norte de África y Egipto cuyos territorios productivos se convertirían en la despensa del imperio. Inclusive, la dominación de territorios como Libia, Túnez y Marruecos luego de la derrota de Cartago durante las Guerras Púnicas garantizó la producción de aceite de oliva para los romanos (Civitello, 2004, p. 37). La dieta mediterránea resultante de las condiciones geográficas de las costas del Mediterráneo se caracterizó por ser una rica fuente de lípidos y carbohidratos, la pesca fue también una fuente recurrente de alimentos y el cultivo de cereales propicio la preparación de pan. “Los panes saborizados se comían por su cuenta, con agua, leche o vino, mientras los planos eran sumergidos en vino o leche de cabra por un prandium (almuerzo) o comidos secos en la comida principal (cena), cuando se usaban para untarles ricas salsas” (Tannahill, 1988, p. 78). Precisamente, el mérito de la cocina romana radica en su creatividad. Pese a las agrestes condiciones del medio, los romanos innovaron en la elaboración de platillos gastronómicos con el fin de deleitar su gusto, motivados por el rol preponderante que el deleite de los sentidos representaba para su cultura. La expansión del imperio garantizo mayor dominio territorial, y por lo tanto, mayor control de las rutas comerciales que comunicaban con territorios árabes y chinos (la ruta de la seda), la cual permitió la importación de especias y productos de consumo cultural, como telas, algodón y demás artículos de lujo (Civitello, 2004, p. 38). Estas especias se incluirán frecuentemente en la elaboración de platillos, especialmente en banquetes y ceremonias sociales. Su uso se asociará considerablemente con refinamiento, elegancia y superioridad económica, dado lo costoso de su adquisición en ese entonces. Estos mismos elementos serán incorporados por la cultural cortesana y nobiliaria durante la Edad Media.
Es a un tal Apicio a quien se le atribuye el primer libro de cocina romano, De re coquinaria. Los ingredientes más comunes de cocina eran la pimienta negra, el garum, el aceite de oliva, la miel, el levístico, el vinagre, el vino, el comino, la ruda y el cilantro. El garum (o liquamen) era una salsa que se preparaba a base de entrañas de pescado fermentadas y confería un sabor salado a los alimentos, se le concedían propiedades afrodisiacas y su uso estaba restringido solo a los miembros de la clase alta (obsérvese los restos de una factoría romana de garum en la imagen). La motivación sensual de la alimentación propició el avance de la gastronomía romana, muchos de sus alimentos y variedades culinarias fueron posibles a partir del uso de especias. Podemos apreciar que en este caso hay una curiosa relación entre la pertenencia a una clase social, el poder económico y político que se deriva de ella, y la obtención de ciertas delicatessen.
Restos arqueológicos de una fábrica romana de garum. Recuperado de: historiacocina.com

Solo partiendo de estas condiciones puede entenderse como se correlacionan las formas de poder (ya sean económicas y políticas) con la apreciación del gusto. El gusto refinado por ciertos alimentos no deriva inocentemente de ciertas prácticas ordinarias a un grupo social determinado, sirven para legitimar cierta identidad y para expandir la brecha entre los que tienen y los que no. En efecto, mientras los hombres más acaudalados de Roma podían disfrutar de variedad de panes, vinos y carnes, como también de condimentos y frutas traídos de los más recónditos espacios del imperio, los miembros de las clases más paupérrimas debían conformarse con el puls o con la pulenta, alimentos elaborados a base de harina y agua. Estas diferencias de las formas de alimentación atestiguan una problemática estructural, a saber, la inequitativa distribución en el Imperio romano, la cual –aunada a una serie más compleja de detonantes- conllevaría a la crisis del Imperio. Como lo dice Alföldy:
“En la estructura de la sociedad se operaron enormes cambios. La posición de poder y la situación económica de las distintas capas privilegiadas fueron trastocadas; el claro sistema jerárquico anterior en los órdenes de los honestiores comenzó a debilitarse. Los estratos bajos de la población, a los que tocó cargar con el mayor peso de la crisis, arrastraron una vida de padecimientos en condiciones cada vez más oprimentes, hasta encontrarse con frecuencia en situaciones desesperadas. Por ello la relevancia social de la diferenciación jurídica entre cada uno de los grupos inferiores disminuyó muy acentuadamente: también el personalmente “libre” fue paulatinamente tratado por el estado y por los poderosos en igual forma que el no libre”. (Alföldy, 1987, p. 215).
Los hábitos de las clases poderosas y adineradas prevalecieron pese a las situaciones críticas que atravesaba el Imperio. Como bien lo enfatizan tanto Alföldy como Heather, la crisis del imperio fue una crisis total. En efecto, no puede apreciarse solamente como la incursión bélica de las huestes germanas, sino que debe verse como una crisis de la estructura de la civilización romana y el modelo de vida que le es inherente. Como lo menciona Heather, “el imperialismo romano fue en último término responsable de su propia destrucción” (Heather, 2006, p. 578). Si bien no puede negarse la enorme influencia de las invasiones bárbaras en el debilitamiento del Imperio romano, estas fueron paulatinas y la decadencia romana se vio propiciada tanto por la gradualidad de este proceso extrínseco como también por factores internos que agudizaban su gravedad. Ahora en lo que nos concierne respecto a la historia de la comida, las clases más acaudaladas preservaban sus hábitos y costumbres en la mesa, pese a las vicisitudes que agobiaban al imperio. Perder dichas costumbres significaba reconocer la pérdida de su reconocimiento como miembro de una clase superior a las demás. Estas prácticas permitían la identificación con un proyecto socio-económico concreto. Como bien lo precisa Grimal, la estabilidad interna del imperio se garantizaba a partir de la “jerarquía de beneficios”: la concesión de puestos públicos, la adjudicación de cargos burocráticos, la inclusión de determinados sectores en la toma de decisiones políticas, el otorgamiento de la ciudadanía romana, la difusión de la romanidad, en fin toda una serie de estímulos que permitían ganar adeptos a favor del statu quo. Pero, como lo menciona Grimel:
“Entre el fin de los Severos y el advenimiento de Diocleciano se extiende un periodo muy sombrío del Imperio romano: amenazas exteriores, ataques de diferentes pueblos bárbaros en todas las fronteras (limes), usurpaciones incesantes por parte de los jefes del ejército, desaparición de Roma como centro de poder, destrucción efectiva, cuando no querida, de la jerarquía social” (Grimel, 2000, p. 193).
La perpetuación de ciertas prácticas y comportamientos cotidianos, pese al desmoronamiento gradual de la jerarquía social y el desplazamiento territorial de los centros de poder, puede entender si consideramos, al igual que Heather, una conservación del romanismo local mientras era aniquilado el romanismo central. En efecto, la romanidad se impuso como una necesidad, a saber la de exportar todos las prácticas culturales romanas a los territorios conquistados. No solo se trataba de una conquista territorial sino también de una colonización cultural, simbólica e ideológica. Pero, con el desmoronamiento paulatino de la preponderancia central de Roma, la romanidad entendida como sistema de dominación simbólica empieza a perder su razón de ser. Se traslada a escenarios locales donde adquiere una nueva función, su razón de ser deja de ser la de asegurar el poder central para pasar a convertirse en un mecanismo de configuración de identidad. De esta manera, ciertas costumbres se preservaban pero adecuadas a las nuevas necesidades y cambios que supuso el hundimiento del Imperio romano.

3.      Como comen los patricios no comen los plebeyos ni los esclavos.
El sistema de jerárquico de la Antigua Roma era característicamente sellado, no posibilitaba de ninguna manera la movilidad social. Estas diferenciaciones sociales se reproducían constantemente en las prácticas alimenticias. Mientras los miembros de las clases más adineradas consumían una variada gama de alimentos (pajaritos de nito, faisanes, ostras, quesos, panes, especias), la dieta de los campesinos y pobres era característicamente monótona y sencilla, consumían abundantes harinas preparadas con agua, ya fuera en forma de polenta o de puls. Los romanos que gozaban de mejores condiciones de vida comían tres o cuatro veces al día, dichas comidas era: el desayuno (ientaculum), el almuerzo (prandium), la merienda (merenda) y la cena (cena) (Espinós et al, 2003, p. 77). La comida más importante del día era cena, importancia que no solo se manifestaba en la abundancia de alimentos sino en la usanza con que se realizaba y el disfrute que prodigaba. El nombre que reciba estaba práctica protocolaria era el de convivium. “La cena era la ocasión para el disfrute ocioso de alimentos y compañía, el convivium, (vivir juntos) (…) y su acto social primordial, el simposium, (beber juntos) (Grimm, 2009, p. 88). Lo anterior demuestra que el placer cumplía una función social. Pese a sus enormes contribuciones al desarrollo de la individualidad, los romanos no entendían el placer en sus meras dimensiones privadas, el placer debía exteriorizarse mediante la sociabilidad. La ostentación, el mostrar la propiedad majestuosidad y calidad de las bebidas y comidas era parte esencial para su correcto gozo. El convivium es tan solo la materialización de dichas exigencias propias del placer. El convivium y su protocolo promedio se elaboraban de la siguiente manera:
“Una cena de convite constaba de tres partes: el gustus o aperitivo, la prima mesa y la secunda mesa. El gustus o aperitivo se tomaba antes de la cena; consitía en una serie de alimentos para despertar el apetito: melón, lechuga, atún, croquetas, alcachofas, trufas, ostras, y pescado salado. La prima mesa consistía en servir un sinfín de manjares variados, era el plato fuerte; se tomaba cabrito, pollo, jamón, pescados –conocían alrededor de 150 especies- mariscos y otros platos exóticos preparados con las vísceras de los animales. La secunda mesa  la componían los postres; tomaban fruta, dulces, dátiles, pasas y vinos dulces”. (Espinós et al, 2003, p 78).   
Como bien lo muestra el mapa de la ruta, la mayoría de alimentos eran necesariamente exportados de las principales ciudades conquistadas o de los protectorados. Alimentos tales como granos, cereales, carne de cerdo, garo, aceite de oliva, miel, especias, sal y ostras eran comunes en la alimentación romana acomodada. Muchos de estos eran de difícil adquisición, siendo posible su consumo gracias al intercambio comercial.
Como lo menciona De Quincey, la comida romana se encontraba embebida de una casuística particular, el hecho de que la cena sea la comida más importante para los romanos solo puede comprenderse a la luz de su mentalidad y de la economía social que le es inherente a dicha civilización. En efecto, como lo menciona el anterior autor:
“Esta revolución en lo que a la cena respecta es la más radical, en calidad y en cantidad, jamás llevada a cabo. De hecho, las revoluciones más operativas son las que se deben a cambios sociales o domésticos. Una nación cuya comida principal tuviera lugar durante la mañana sería un pueblo sumido en la barbarie o carente, en cualquier caso, de preocupaciones intelectuales. Sería también un pueblo incapaz de relajarse o sentirse a sus anchas durante esas primeras horas del día”. (De Quincey, 2006, p. 56).
A partir de lo anterior puede entenderse la serie de costumbres que acompañaban la comida, que a la luz de nuestras costumbres modernas puede resultarnos algo extraño. Los romanos comían recostados y no sentados, haciendo uso de muebles específicos llamados triclinium. Estos se distribuían circularmente en torno a la mesa donde se disponían los alimentos. Permitían al romano recostarse y extender sus brazos hacia los alimentos ubicados al centro, el hecho de que los romanos se recostasen para comer se debía a la facilidad que esta posición propicia para el vómito. En efecto, los romanos no comían hasta saciarse sino hasta agotar los alimentos disponibles. Esta usanza pone de manifiesto uno de las situaciones más paradójicas de la cotidianidad romana: mientras los grandes señores comían hasta vomitar, la clase más baja debía valerse de los alimentos disponibles incluso recurriendo a la mendicidad. Otro aspecto importante al momento del convite romano era el uso de esclavos, un uso justificado a partir de criterios estéticos. Es decir, solo los esclavos más hermosos podían servir los alimentos más agraciados, los vinos calientes endulzados con miel y los postres. Por otro lado, los esclavos menos bellos se encargaban de limpiar los desperdicios que se acumulaban en la mesa y el triclinium. Estas connotaciones estéticos de los usos regulativos en el convivium pone de manifiesto la centralidad que lo placentero desempeña en las prácticas cotidianas romanas.
Imagen de un triclinium y elaboración de una cena romana. 

Por otro lado, ¿qué prácticas alimenticias eran comunes en las clases más bajas? No cabe duda que el carácter hegemónico que pueda adoptar la historia como disciplina hace que se conserven pocos registros sobre los hábitos y prácticas de los sectores más bajos. No obstante, podemos hacer alusión a la annona, es decir a la práctica institucional de repartir trigo a las mayorías más pobres del pueblo romano. En efecto, “a estas ayudas tenían derecho, en un principio, todos los ciudadanos, sin distinción social, e incluso algunos patricios se aprovecharon de este reparto”, a lo que posteriormente agrega, “en tiempos de César eran unos 320.000 los beneficiados; con Augusto, se redujo a 200.000” (Espinós et al, 2003, p. 82). La distribución de alimentos era necesaria para garantizar la estabilidad interna de las ciudades romanas. La famosa consigna “pan y circo” puede entenderse en este contexto de control político, la alimentación y el entretenimiento eran los pilares básicos de cualquier política pública aplicada al pueblo romano, dicho énfasis asistencialista impedía la apreciación de medidas mucho mejor estructuradas a largo plazo. En el caso de los plebeyos, pese a que muchos de ellos contaban con buenos ingresos económicos, su cocina no era tan refinada como la de las clases más altas debido al poco equipamiento técnico con el que contaban, es decir, los pocos instrumentos de cocina para la  adecuada preparación de viandas y delicias gastronómicas (Tannahill, 1988, p. 78). Por su parte, los plebeyos se caracterizaban por consumir comida callejera, lo cual resulta ser una interesante variación ya que permite dar cuenta de una dimensión social adicional a las cenas familiares. La comida era comercializada en las calles, los avances urbanísticos de las ciudades romanas propiciaron su espacialidad en términos comerciales, atendiendo las exigencias de la población suministrando alimentos previamente elaborados. No obstante, el contraste entre la comida callejera y la comida refinada preparada para los grandes señores no era ajeno a las demás connotaciones simbólicas. Como bien lo precisa Grimm:
“Además de esta elegante y variada cocina para los profesionales o aficionados, había una gran variedad de tabernas, comida y bebida vendidas en las calles e incluso dentro y alrededor de los baños. Algunos autores de clase alta se burlaban de la gente que disfrutaba de la vida de las tabernas y de la comida callejera, pero, a juzgar por el número de estos establecimientos en las excavaciones de Pompeya, a la gente no le disuadía el desdén aristocrático, le gustaba la comida y la compañía, el convivium plebeyo” (Grimm, 2009, p. 97).
De esta manera, pese a las apreciaciones de superioridad con la que autores clásicos y demás miembros de la clase alta solían dotar los hábitos alimenticios plebeyos, estos de alguna manera incorporaban los mismos criterios de placer que las cenas aristocráticas: la comida para ser más placentera debía realizarse en compañía.


Ilustración que muestra la venta de comida callejera en una ciudad romana. Recuperado de: photographersdirect.com 

Restos arqueológicos de un lugar de venta y preparación de comida rápida en una ciudad romana. Recuperado de: ancientstandard,com

3.      Apreciaciones medicinales y morales de la alimentación romana.
La noción de que la comida tiene un amplio rango de propiedades medicinales, las cuales pueden restaurar el equilibrio interno del organismo, es común a muchas culturas diferentes entre sí. La teoría humoral considera la dietética como clave en su farmacopea tradicional. La conexión entre la alimentación y la salud es más obvia en casos donde patologías específicas y deficiencias nutricionales son remediadas a partir de reajustes dietéticos (Fernández-Armesto, 2002, p. 35). La alimentación romana puede revestir múltiples significados. Purcell precisa una doble cualidad de la dieta romana: o bien puede aludir al acondicionamiento que las circunstancias físicas y ambientales revisten sobre el comportamiento de los individuos, o puede apreciarse también como el resultado de procesos de identificación a partir de las prácticas cotidianas (Purcell, 2003). La dieta mediterránea, abundante en lípidos y carbohidratos (cereales, aceite de oliva, vino) no puede entenderse sin esta doble cualidad. Si bien son los productos que resultan de las condiciones geográficas y especificas del espacio vital constituido por el Mediterráneo, esta a su vez fue clave para modelar el comportamiento de los ciudadanos romanas, la expansión territorial del estilo de vida romano y el posterior desarrollo de toda una teoría dietética.
En términos medicinales, la medicina y fisiología romana desarrollada por Galeno es heredera de las teorías de Hipócrates. En esta concepción dinámica y homeostática del cuerpo humano, tanto la falta como exceso de alimentos puede producir daños a la salud del individuo. Esta consideración de la salud humana como equilibrio es heredera de la noción de phronesis desarrollada por Aristóteles en la Ética Nicomaquea, y será clave para entender los posteriores desarrollos de la medicina humoral desarrollada por Galeno. Así este último dice respecto a la alimentación:
“cada uno de los alimentos se absorbe primero en el estómago y experimenta una primera elaboración; después va a las venas que van desde el hígado hasta el estómago, y produce los humores del cuerpo a partir de los cuales se nutren todas las partes y con ellas el cerebro, el corazón y el hígado. En cuanto son alimentadas, se vuelven más calientes, más frías o más húmedas de lo que serían normalmente, por lo que se asimilan a la facultad de los humores dominantes”. (Galeno, 2003, p. 195).      
En efecto, la abundancia de cierto humor se relacionaba de la siguiente manera con la combinación de ciertos temperamentos:
Humor
Temperamentos
Sangre
Templado + Húmedo
Bilis amarilla
Templado + Seco
Bilis negra
Frío + Seco
Flema
Frío + Húmedo

Los desequilibrios humorales eran causantes de las enfermedades y procedimientos tales como la sangría, la hidratación o el ayuno eran claves para restaurar el balance interno perdido. Ahora bien resulta curioso pensar que una cultura inclinada a los placeres y a los excesos resultase también la desarrolladora de una medicina inclinada al equilibrio y la prudencia. ¿Cómo fue esto posible?
La respuesta podemos hallarla en lo que Beardsworth & Keil denominan la paradójica naturaleza de la comida: “mientras la comida es reconocida como una fuente de energía y puede considerarse como la base de la vitalidad y la salud, también se reconoce que tiene el potencial de introducir enfermedades y de inducir sustancia u organismos al interior del cuerpo” (Beardsworth & Keil, 1997, p. 153). De esta manera, mientras las prácticas alimenticias romanas le conceden un rol relevante a la alimentación como fuente de placer y como práctica social, también se debe apreciar en esta una fuente de males que se hace necesario regular. Dichas apreciaciones resultan paradójicas entre sí, pero no se puede negar la naturaleza de dicha ambivalencia. Así por ejemplo, en el caso del consumo de leguminosas para los romanos, estas eran una fuente importante de proteína para el organismo. Dado el poco espacio para la ganadería extensiva y el consumo mayoritario de carbohidratos, los romanos debían recurrir al consumo de proteína vegetal para balancear su dieta. Claro que se hace necesario aclarar que los romanos desconocían las propiedades bioquímicas de los alimentos que consumían, y los atributos y beneficios de los alimentos se establecían a partir de la tradición y el sentido común. Pero, se creía que el consumo excesivo de leguminosas era tóxico y podía ocasionar envenenamiento. Siguiendo lo anterior Flint-Hamilton precisa:
“Está claro que los griegos y romanos de la antigüedad clásica conocían la toxicidad de ciertas leguminosas. Pero, ¿fueron las legumbres usadas con fines medicinales como sugiere Plinio? Algunas de las condiciones que él pensaba que podían aliviar las legumbres eran: el estreñimiento, la diarrea, el dolor de garganta y algunas heridas menores. Pero estas apreciaciones son un lugar común en la sociedad moderna y probablemente fueron comunes en el mundo grecorromano también” (Flint-Hamilton, 1999, p. 382).
Por lo tanto, parece ser que la gastronomía romana era consciente de las ambigüedades que rodeaban tanto a los alimentos como a las prácticas alimenticias. Ciertos alimentos en demasía producían enfermedades y otros tenían cualidades inherentes que los hacían peligrosos para la salud humana.
No obstante, no pueden prescindirse las enormes atribuciones morales que condicionaron la dietética romana y el consumo de cierto tipo de alimentos. Ya sea por cuestiones ceremoniales, por festividades religiosas, por apreciaciones estéticas, o por razones medicinales, el consumo de ciertos alimentos se hallaba prohibido. Así por ejemplo, durante los banquetes y conviviunm el vino era una bebido importante ya que permitía ingerir mejor alimentos muy secos. Era espeso y amargo por lo cual se diluía en agua y se endulzaba con miel, también se calentaba y se filtraba para sacar los restos de cerámica de las tinajas en las cuales se almacenaba. Pero, durante la celebración de banquetes era descortés embriagarse, siendo necesario incluso que el esclavo acompañamiento se responsabilizará de la moderación de su amo. Dadas las enormes connotaciones sociales de la alimentación romana, estaba debía hacer uso de una normatividad y una etiqueta propia. Ciertas tradiciones romanas reafirman la importancia de la moderación, el célebre filósofo y jurista romano Cicerón afirma que “no puede ser útil lo que se opone a la templanza. La doctrina de Epicuro se opone a todas las virtudes” (Cicerón, 1973, p. 299). La influencias de los filósofos romanos nos permiten entender contra quienes estaban emprendiendo sus discusiones. El estoicismo helenístico del cual son herederos intelectuales Cicerón y Séneca va en contra del hedonismo propuesto por la escuela epicureísta, y adoptado por círculos acomodados durante el Imperio romano. Para estos filósofos, la virtud se manifiesta de la mejor manera posible en la moderación y la templanza, y aquellos quienes se entregan desmedidamente a los placeres dan cuenta de su escasa racionalidad:
“Pero quienes entregaron la supremacía al placer, carecieron de ambos, porque pierden la virtud y no son ellos los que tienen a la voluptuosidad, sino ésta a ellos, y se atormentan cuando les falta y se asfixian con su abundancia: si los abandona, son desgraciados y aún más si los abruma” (Séneca, 1973, p. 419).
Si bien Cicerón vivió durante los tiempos de la República, mucho de sus pensamientos son compartidos por Séneca quien fue funcionario político durante el Imperio, sirviendo a emperadores como Tiberio, Calígula y Nerón. De esta manera, los esfuerzos intelectuales de Cicerón y Séneca hacen frente a esta decadencia moral que puede apreciarse en las prácticas cotidianas, como la alimentación. Séneca afirma que “toda ferocidad procede de la debilidad” (Séneca, 1996, p. 230). Si bien podemos apreciar que fue el gusto por los placeres lo que llevo a la creación de una vasta y riquísima gastronomía romana, dicha exacerbación del placer se encontraba acompañada de una preponderancia de lo mundano y lo sensual, los cuales comprometían los valores y cánones clásicos que habían garantizado la prosperidad del pueblo romano hacía tiempo atrás. Las prácticas alimentaciones no pueden ser ajenas a las connotaciones morales precisamente porque su cotidianidad las hace el reflejo de una época. ¿Puede verse en los excesos del convivium romana una manifestación concreta de la paulatina decadencia romana? Afirmar rotundamente que si sería desconocer la condición paradójica que tiene la alimentación, como también el sentido táctico que ha señalado Certeau. Lo que sí es seguro afirmar es que la alimentación y gastronomía romana logran dar cuenta del amplio contenido histórico de los tiempos del imperio, con sus complejidades y aparentes contradicciones.


Referencias bibliográficas:
Alföldy, Géza. (1987) Historia social de Roma. Madrid: Alianza Editorial.
Beardsworth, Alan & Keil Teresa. (1997). Sociology on the menú. Routledge: Londrés.
Certeau, Michel. (1990). La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana.
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Civitello, Linda. (2004). Cuisine and culture. A history of food and people. John Wiley and Sons, Inc.: New Jersey.
De Quincey, Thomas. (2006). Cenas reales y presuntas. La casuística de las comidas romanas. España: Ediciones Trea.
Espinós J et al. (2003). Así vivían los romanos. Madrid: Grupo Anaya editorial.
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Flint-Hamilton, Kimberly. (1993). Legumes in ancient Greece and Rome: Food, medicine or poison? En: Hesperia. The journal of the American school of classical studies at Athens. Vol. 68. No. 3 pp. 371-385
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Séneca. (1996). Diálogos. Madrid: Editorial Tecnos.
Tannahill, Reay. (1988). Food in history. Three rivers press: New York.








[1] En efecto, Petronio en el Satiricón escribe: “Reanimóse, pues, el banquete y una vez más Cuartila dio la orden de servir bebida. Animaba el buen humor de nuestra anfitriona la tocadora de címbalos”. Descripciones de este tipo son comunes a lo largo de toda la obra de Petronio, mostrando la relevancia del banquete público en las actividades socializadoras de las más altas clases sociales romanas.
[2] Me refiero a la película Calígula, dirigida por Tinto Brass y rodada en 1979. La película alude a las excentricidades del emperador Calígula con imágenes cargadas de erotismo. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

El Antiguo Egipto: La Civilización de la Muerte

Descripción de la ruta:

Es bien sabido para la cultura popular que la civilización de los egipcios representa uno de los más interesantes legados históricos de la Antigüedad. El presente viaje tiene por objetivo introducir a los interesados en los principales yacimientos arqueológicos que permiten a los egiptólogos aproximarse al estilo de vida de los egipcios. Nuestro viaje introducirá a los interesados en el aspecto central que ocupaba la muerte para la civilización económica, aspecto central no solo en términos religiosos sino también en lo concerniente a la actividad política del reino, la economía interna e incluso, lo relacionada a las formas de socialización y las demás expresiones de la vida cultural.
En primer lugar, iremos desde el Alto Nilo hasta llegar al delta, es decir que nuestra travesía irá de Sur a Norte. Ascenderemos por el Nilo, desde el lago Victoria hasta llegar a una de las ciudadelas egipcias más celebres, compuesto de templos que fueron excavados en la roca durante el reinado del faraón Ramsés II en el siglo XIII a. C., como un monumento dedicado a dicho faraón y a su esposa Nefertari, para conmemorar su supuesta victoria en la batalla de Qadesh y mostrar su poder a sus vecinos nubios. Luego nos dirigiremos a Wadi es-Sebua, conocido también como el valle de los leones y compuesto de templos construidos por Ramsés II. Posteriormente, atravesaremos el lago Nasser hasta llegar a Asuán, la ciudad más meridional de Egipto y antiguamente conocida como Swenet, uno de los principales yacimientos canteros y mineros para la civilización.
En segundo lugar, visitaremos Kom-Ombo, sede del celebre templo de Sobek y Haroeris, celebre centro agrícola actualmente e importante centro estratégico de rutas comerciales en la Antigüedad. Luego visitaremos Edfu, antigua ciudad egipcia con numerosos templos dedicados al dios Horus. Llegaremos a Esna, antigua ciudad egipcia donde se erigió un templo en honor a Jnum, dios de la noche. Visitaremos Luxor, conocida por ser la capital del Nuevo Imperio del Antiguo Egipto, es conocida como la ciudad de los grandes templos del antiguo Egipto y de las célebres necrópolis de la ribera occidental, donde se enterraron a los faraones y nobles del Imperio Nuevo de Egipto, denominados el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas. Esta segunda etapa finalizará con la visita a Karnak, importante por su complejo de templos y las fortificaciones que rodeaban la ciudad, siendo por esa razón una de las principales sedes religiosas del Antiguo Egipto.
Llegaremos a la ribera occidental donde visitaremos la ciudad de Tebas,capital durante la undécima dinastía egipcia, siendo durante más de mil años la capital del Antiguo Egipto, residencia de faraones, ciudad sagrada y morada de los Sumos sacerdotes de Amón. Luego visitaremos Abidos, uno de los más importantes centros políticos del Alto Egipto y conocida por ser la sede de los más antiguos documentos de escritura conocidos, encontrados en el enterramiento del soberano predinástico Horus Escorpión I en la necrópolis de Umm el-Qaab, Abidos, fechados entre 3300 y 3200. 
Posteriormente, haremos una parada en la actual ciudad de Mallawi, para reanudar luego nuestro viaje hasta Tell el Amarna, nombre árabe para la antigua ciudad de Ajetatón, encargada de revitalizar el culto de Atón por parte del faraón Akhenatón. Luego llegaremos a El-Ashmunein, conocida también como Hermópolis Magna, capital del nomo XV del Alto Egipto. Posteriormente nos dirigiremos a Beni Hassan, sede del culto de la diosa Pajet durante el Imperio Medio.
Por último, nos dirigiremos a Beni Suef desde donde nos dirigiremos hasta El Fayum, el cual recibió particular atención de varios soberanos de la dinastía XII que fueron los promotores de amplios trabajos de canalización y mejora de la región que se convirtió en un centro agrícola de primera importancia en Egipto desde el Imperio Medio. Luego nos dirigiremos a El Cairo, actual capital de Egipto, en donde visitaremos el Museo Egipcio de El Cairo, el cual recoge la mayor colección del mundo sobre el Antiguo Egipto, con más de 120.000 objetos. Por último, nos dirigiremos a la ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en el año 331 a. C. en una estratégica región portuaria, se convirtió en pocos años en el centro cultural del mundo antiguo.

Imagen de la ruta:


La ruta en imágenes:


Fachada externa del templo de Ramsés II en Abu Simbel. Imagen recuperada de: famouswonders.com


Valle de los leones, en Wadi es-Sebua. Imagen recuperada de: wallpaperdownloader.com


Imagen del Lago Nasser, con los templos de Ramsés II y Nefertiti al fondo. Imagen recuperada de: siempreviajeros.com


El templo de Philae en Asuán (Aswan). Imagen recuperada de: www.viajo.org


Templo de Sobek y Haroeris en Kom-Ombo. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Templo de Horus en Edfu. Imagen recuperada de: sofiaoriginals.com


Templo de Khnum en Esna. Imagen recuperada de: gonback.com


Imagen de un templo en Luxor. Imagen recuperada de: sobolviajes.com


Templos fortificados en Karnak. Imagen recuperada de: famouswonders.com


Restos arqueológicos de Tebas. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Templo de Sethy I en Abidos. Imagen recuperada de: egipto.travelguia.com


Tumbas del antiguo Akhenatón en Tell el-Amarna. Imagen recuperada de: absolutegipto.com


Columnas de Hermópolis Magna. Imagen recuperada de: i-cias.com


Fachada del templo de Hatshepsut en Beni Hassan. Imagen recuperada de: touregypt.net


Pirámide de Meidum en Beni Suef. Imagen recuperada de: engr.scu.edu.


Imagen panorámica del lago de El Fayum. 


Imagen del exterior del Museo Egipcio en El Cairo. Imagen recuperada de: turismoelcairo.com


Anfiteatro romano en Alejandria.

Historia:

El culto a la muerte desempeña un papel esencial en la configuración cultural de la antigua civilización egipcia. La mayoría de restos arqueológicos y monumentos arquitectónicos que nutren la imaginación contemporánea de lo egipcio aluden en su mayoría a templos y tumbas. Podemos afirmar entonces que la apreciación de la muerte para los egipcios era una actividad vital. La antigua civilización egipcia, que floreció en las riberas del Nilo, se caracterizaba por la creación y edificación de majestuosos emplazamientos mortuorios que no solo daban cuenta de las destrezas técnicas e ingenieriles de los egipcios, sino también del carácter central que lo tanatológico desempeñaba en todas las esferas de la cotidianidad egipcia. Dicho carácter central no debe reducirse a la concepción de una mera fábula religiosa, sino que en la muerte puede apreciarse también un símbolo de dominación política y una relevante fuente de ingresos económicos. Como lo mencionan Trigger et al, “parece imposible referirse al Imperio Antiguo sin utilizar de alguna forma los cementerios reales como índice del poder del rey” (Trigger et al, 1985, p. 116). Inclusive, se emplea el adjetivo de faraónico para expresar la majestuosidad o grandeza de alguna edificación o acción concreta de gobierno. Dichos aspectos solo pueden comprenderse si apreciamos en la vida política del Antiguo Egipto una enorme necesidad de legitimar el poder del faraón mediante la exteriorización de su grandeza, es decir, en la necesidad de resaltar el poderío y las facultades del faraón reflejándolas en majestuosas edificaciones que daban cuenta de sus capacidades como regente. Solo en la medida que las obras eran imponentes y no tenían precedente podía apreciarse el poder del faraón como único en su tipo. Esta necesidad de legitimar su estancia en el poder en gran medida se debe a la indiferenciación del plano político del plano religioso. En efecto, era imposible pensar el gobierno dinástico faraónico de los principales imaginarios religiosos vigentes en la época. La divinización del faraón era una condición necesaria para garantizar la estabilidad interna del imperio y asegurar la obediencia de los súbditos. Solo si tenemos en cuenta esta coparticipación de lo sagrado de la religión con lo profano de la política, podremos apreciar porque la muerte desempeña un rol tan significativo en la vida social de los antiguos egipcios.
El vínculo íntimo entre la familia real y el panteón egipcio aseguraba la apreciación de la muerte como un mecanismo de divinización. Como menciona Parra, “la misma pirámide era un elemento destinado a conseguir la vida eterna para el faraón mediante su acceso a las estrellas. Teniendo en cuenta la estrecha relación existente desde siempre entre el dios Horus (…) y el soberano egipcio, no podía ser de otro modo” (Parra,  2009, p. 131). La pirámide concretamente alberga en su configuración una fuerte simbología de poder sobre lo mortal. En primer lugar, los egipcios la consideraban una forma geométrica sublime. En segundo lugar, su forma puntiaguda y su altura buscaban asegurar la comunión entre lo terrenal y lo celestial, paso necesario para la inmortalidad del faraón. En último lugar, la pirámide es un ejemplo de una construcción imponente cuya elaboración requiere un invaluable esfuerzo humano y el mayor desarrollo tecnológico disponible en la época. “En las sociedades antiguas, las innovaciones tecnológicas y otras formas de conocimiento práctico (…) así como el perfeccionamiento de las capacidades ya existentes, fueron fruto no tanto de una investigación deliberada como de la necesidad de obtener lo medios adecuados para llevar a cabo los refinados proyectos de la corte” (Trigger et al, 1985, p. 116). El culto de la muerte que los egipcios profesaban como mecanismo de dominación política aseguro, a su vez, el desarrollo de nuevas prácticas y técnicas que enriquecieron considerablemente el legado material egipcio. Pero, no solo la imponencia que caracterizaba a las construcciones dedicadas a conmemorar el fallecimiento de la realeza eran la única garantía de orden social y estabilidad política, era necesario hacer de los rituales mortuorios una práctica excluyente, un privilegio reservados solo a los hombres más cercanos a Dios. En efecto, las exigencias de la preparación del cuerpo mediante el embalsamiento y momificación de los cadáveres exigían numeroso cuidado y por eso no resultaba barato para los miembros de castas sociales más bajas, “solamente unos pocos disponen de los medios económicos necesarios para procurarse unos rituales y objetos que les ayuden a disfrutar del más allá, aunque ello no impedía que el resto de la sociedad también pudiera alcanzarlo” (Pérez, 2004, p. 180). El sentido privilegiado de los ritos funerarios y las prácticas mortuorias conmemorativas ayudaron a fortalecer la distinción cualitativa entre la nobleza y los habitantes comunes y corrientes.
La numerosa cantidad de dioses y de templos conmemorativos arroja un dato interesante sobre la configuración espacial y política del Antiguo Egipto. Los templos suelen estar ubicados en los nomos y por lo tanto son garantía de poder político a nivel local. Por otra parte, la diversificación de deidades egipcias puede apreciarse nuevamente como una estrategia de control político en la medida que la relevancia de una divinidad cambiaba según la dinastía que ostentará el poder, así por ejemplo se entiende que el templo de Tell el Amarna durante el periodo faraónico de Akhenatón buscaba revitalizar el culto de Atón, reformando el culto religioso en favor de dicho deidad, dejando a un lado el anteriormente predominante culto de Amón. El carácter provisional del panteón egipcio no devela un tono instrumental de todo el conocimiento religioso egipcio, sino más bien refleja el mutuo compromiso que se daba entre los actos de gobierno y la administración pública por un lado, y la legitimación del poder político de la propia familia real rememorando la genealogía egipcia precedente. Dicho de otro modo, la confluencia de lo religioso y lo político debía darse en el faraón si este buscaba legitimar su estancia en el poder. Como lo precisa Kemp: “la sociedad egipcia del período Dinástico estaba muy jerarquizada. La armonía dentro del Estado emanaba de una única fuente, el monarca, y por medio de funcionarios leales llegaba hasta el pueblo. El rey representaba el papel de supremo mantenedor de orden, que abarcaba no solo la responsabilidad de la justicia y la piedad sino también la conquista del desorden” (Kemp, 1992, p. 67). La sociedad egipcia exigía que el poder absoluto del faraón se sobrepusiera al caos, solo así era posible hablar de un orden social. Esta manera mítica de concebir lo político parece ceñirse exclusivamente a la lucha cíclica entre Amón Ra y la serpiente Apofis, el primero encargado de pilotear la barca solar se veía amenazado por la segunda, que era la representación de todos las fuerzas maléficas. En esta lucha constante entre el orden y el caos, donde el primero siempre se sobrepone al segundo da cuenta de la importancia de que en las esferas de la vida pública haya una fuerza absoluta que garantice el orden frente a las constantes dinámicas subversivas del caos. La injerencia de los dioses en las actividades políticas egipcias mediante la divinización del faraón, garantizaba que este fuera mantenedor del Maat u orden cósmico. Siguiendo a Trigger et al, “aparece ya el concepto de maat, como fuerza que asegura un universo ordenado (…) y cuya realización era responsabilidad de los faraones (…) Además, la asociación entre maat y la sociedad justa encuentra expresión en las instrucciones del visir Ptahhotep de la Dinastía V: la justicia (maat) es grande, su valor es duradero. No ha sido perturbada desde los días de quien la creó. El que transgrede las leyes es castigado” (Trigger et al, 1985, p. 104).
Sintetizando hasta entonces, el fundamento religioso de la actividad política se encuentra en la legitimación divina del faraón como figura garante del orden cósmico en el plano terrenal. De esta manera logra apreciarse porque los elementos religiosos son tan importantes en la administración de la vida pública egipcia. La Muerte en el fondo responde a las exigencias de asegurar el orden después del fallecimiento del faraón, si este último es una figura divina encargada de asegurar el orden, su muerte solo será un paso en la cíclica restauración del orden cósmico. De la misma manera que Osiris reina sobre los muertos, luego de haber sido asesinado por Seth y posteriormente momificado por Isis –su esposa y hermana- y por su hijo Anubis –señor de la necrópolis-, el faraón seguirá reinando en el mundo de los muertos homologando a Osiris. Dice el capítulo II del Libro de los muertos:

Dice Osiris Ani, victorioso:
¡Salve tú que en la Luna brillas! ¡Salve tú que brillas en la Luna! Surja Osiris Ani de entre la multitud de los que están fuera; asentarse pueda como morados entre los que habitan el cielo; ábrase a él el Más Allá. Y que Osiris, Osiris Ani, arribe al día para hacer cuanto le plazca sobre la tierra, entre los vivos. (Álvarez, 1979, p. 7).

El retorno de la muerte por parte de Osiris asegura el balance cósmico, y el posterior triunfo de Horus –hijo de Osiris- sobre Seth asegura a su vez el triunfo del orden sobre el caos. De ahí se deriva entonces que sea Horus la deidad protectora de los regentes egipcios. Pero el triunfo de Osiris sobre la muerte no aseguraba cualquier riesgo posterior que el difunto podría enfrentar en su travesía por el Más Allá.
Ahora bien, se hace necesario precisar los efectos que el culto a la muerte género en ámbitos aparentemente indiferentes al pensamiento religioso, como la economía o la burocracia. En el primer caso, la creación de edificaciones de culto real como templos, pirámides y cementerios conlleva  a la creación de organizaciones sociales encargadas de su cuidado y de su usufructuar las ganancias de considerarlos sitios sagrados de peregrinación. Dichas organizaciones recibieron el nombre de fundaciones piadosas y su objetivo era “el de asegurar el mantenimiento perpetuo de los cultos de las estatuas: de los dioses, de los reyes y de los individuos privados” (Trigger et al, 1985, p. 115). En el segundo caso, el origen divino del poder político canonizaba el sistema legal vigente, “el principal apoyo del sistema era, naturalmente, la doctrina de que el Estado pertenecía a un gobernante que era un dios (…) el sistema de vida y de nacionalidad les parecía sumamente eficaz, y le dieron sanción divina mediante la persona del dios que era dueño y gobernante del país” (Wilson, 1988, p. 115). No obstante podría cuestionarse el talante divina del funcionariado estatal egipcio alegando que la legitimación divina cambiada según las dinastías y las familias reales que llegaban al poder. Lo anterior es cierto pero ese no es el problema, lo que tiene en común la administración sobre lo público es su completa dependencia a un estándar religioso de legitimidad, y no a su supeditación a una deidad concreta o particular.
Se hace necesario precisar a partir de lo anterior que la celebración de la muerte en la antigua civilización egipcia no solo garantizaba el vínculo entre lo sagrado y lo profano, o aseguraba la preservación del maat en tanto el poder político devenido de dios se materializaba en la figura del faraón. También tenía otros usos prácticos y del culto a la muerte se desprendieron consecuencias bastante interesantes. Una de ellas consiste en la división del trabajo, ya que la economía interna derivada del culto de los monumentos funerarios no solo generó una primigenia burocracia encargado de administrar dichas ofrendas, sino también los avances tecnológicos necesarios para concretar exigencias de la corte del faraón implicaron la tecnificación de los trabajadores. Un caso especial es el de la arquitectura, ya que como bien dice Walker, “la arquitectura fue el arte por excelencia, por lo que estaban supeditados completamente la escultura y la pintura. El culto a los muertos daría origen a la arquitectura funeraria, pudiéndose afirmar que, por lo general, el arte egipcio fue religioso-funerario, ya que fueron los templos y los sepulcros los edificios a los que dedicaron sus preferencias” (Walker, 1998, p. 263). Las exigencias de monumentos que inmortalizaran la grandeza del faraón a través del tiempo exigieron el desarrollo de nuevas formas de construcción, lo que sin duda fue un avance sin precedentes en la historia de la tecnología en la antigüedad. Por otro lado, el gusto estético de los egipcios llevó al desarrollo del artesanado y las cualidades ornamentales de sus creaciones se hicieron célebres a lo largo y ancho del mundo antiguo. De esta manera podemos apreciar como un elemento tan íntimo y a la vez tan renegado como la Muerte se vuelve para los egipcios en un pilar fundamental que orienta todas sus actividades como civilización.

Referencias:
Álvarez Flórez, José Manuel. (Ed.). (1979). El libro de los muertos. Veron Editor: Barcelona.      

Kemp, Barry. (1992). El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización. Crítica Grijalbo Mondadori: Barcelona.

Parra Ortiz, José Miguel. El Reino Antiguo. En: Parra Ortiz, José Miguel. (2009). El Antiguo Egipto. Sociedad, economía, política. Marcial Pons Historia, Madrid.  

Pérez Largacha, Antonio. (2004). La vida en el Antiguo Egipto. Alianza Editorial: Madrid.

Shaw, Ian. (Ed.). (2007). Historia del Antiguo Egipto. Traducción de José Miguel Parra Ortiz. La esfera de los libros: Madrid.

Walker, Martin. (1998). Civilización egipcia. Edimat Libros: Madrid.

Wilson, John A. (1988). La cultura egipcia. Fondo de cultura económica: México.