Descripción de la ruta:
En relación a la expedición, está tiene por objetivo introducir a los viajeros al descubrimiento de una de las ciudades antiguas más importantes de Babilonia. Para elaborarla tomaremos en consideración dos periodos que marcaron su relevancia en términos históricos: en primer lugar el ascenso de Hammurabi, en segundo lugar la expansión militarista de Nabucodonosor.
La travesía empezará en Jerusalen, actual capital del estado de Israel. Seguiremos ascendiendo por la ribera del río Jordán hasta llegar a la ciudad de Damasco, la capital de Siria. Desde allí partiremos a nuestro primer estadio de la antigüedad: la ciudad antigua de Nínive, célebre por ser la gran capital del imperio asirio y sede del palacio real del rey Asurbanipal, poseedor de una de las bibliotecas de la antigüedad más vastas por su amplio número de tablillas cuneiformes (diez mil tablillas aproximadamente). Descenderemos por el río Tígris hasta la ciudad de Asur (también escrito Assur o Ashur), ubicada en la actual al-Charquāṭ y considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, por ser una de las ciudades remanentes más importantes del imperio asirio. Seguiremos la travesía por el Tígris hasta llegar a Aqar-Quf (antigua Dur-Kurigalzu), antigua ciudad de origen casita, ubicada cerca de la confluencia de los ríos Tigris y Diyala, a unos 30 kilómetros al oeste del centro de Bagdad. Partiremos hasta las ruinas de la ciudad irania de Ctesifonte, ubicada a unos 35 kilómetros al sur de Bagdad, si bien fue un importante centro del Imperio Persa, su visita nos permitirá apreciar la integración de los legados babilónicos y la importancia de la ciudad como centro de intercambio cultural y comercial.
En la segunda etapa de la travesía, atravesaremos el territorio circunscrito entre las márgenes del Tígris y del Éufrates hasta llegar a las ruinas de la antigua ciudad de Babilonia, ubicada en la provincia iraquí de Babil a unos 110 kilómetros al sur de Bagdad. Apreciaremos sus yacimientos arqueológicos, los restos residenciales, urbanísticos y las murallas erigidas durante el reinado de Hammurabi. Pero, principalmente apreciaremos los restos del imponente zigurat de Etemenanki, reconstruido por Sadam Hussein desde 1978 y considerado por algunos historiadores como la versión real de la bíblica Torre de Babel. Babilonia será el centro de nuestra expedición histórica.
En la tercera etapa de la travesía, descenderemos empleando el curso del Éufrates hasta los restos de la antigua ciudad sumeria de Nippur, empleada por el imperio babilonio como residencia para personas deportados y esclavizadas como resultado de las campañas de conquista. Partiremos hacia los restos de la ciudad de Uruk, importante ciudad sumeria y considerada la residencia de deidades como Enki e Inanna. Si bien estos parajes pueden guardar mucha relación con nuestro anterior viaje El legado sumerio, el énfasis difiere en que en esta ocasión exploraremos la influencia de la cultura babilónica y su apropiación de la herencia cultural sumeria. Partiremos a Eridu, cuya relevancia es central para la tradición babilónica, ya que desde esta ciudad la deidad principal -Marduk- creo el mundo. Luego partiremos a Lagash, cuyo gobernante Gudea fue el principal exponente del llamado Renacimiento Sumerio, transcurrido el periodo de Sargón, pasaría a ser dominio de Babilonia. Por último, retornaremos encauzaremos nuestro viaje al rio Éufrates desde donde proseguiremos al Shatt al-Arab, desde donde desembocaremos al Golfo Pérsico. Nuestra travesía concluirá con la llegada a Pakistán, donde visitaremos las ruinas de la antigua ciudad de Mohenjo-Daro, uno de los más importantes centros urbanos de la antigüedad y posible lugar de procedencia de los primeros sumerios.
Gráfica de la ruta:
La ruta en imágenes:
Reconstrucción de la puerta de Mashki, en el actual Mosul y perteneciente a la antigua ciudad asiria de Nínive. Tomada de: popular-archaeology.com
Imagen de los restos arqueológicos de la biblioteca de Asurbanipal. Junto a esta, una imagen de los restos del zigurat de Ashur y un busto del susodicho rey. Tomada de: sslukowitzfiore.weebly.com
Arco de Asur siendo custodiado soldados norteamericanos. Tomado de: en.wikipedia.org
Imagen del zigurat de Dur-Kurigalzu. Tomada de: en.wikipedia.org
Arco de Ctesifonte. " Las autoridades iraquíes han contratado a la empresa Everis para llevar a cabo la restauración del antiguo Arco de Ctesifonte, como parte de un plan para recuperar el turismo en un sitio que antes era muy popular. Taq Kisra, que es su nombre árabe, es la última estructura que aún
permanece en pie de la antigua capital de la Persia imperial y el mayor
arco de ladrillo del mundo, con 37 metros de altura y 48 metros de
largo". Texto e imagen tomados de: www.futuropasado.com
Arriba: imagen panorámica de las ruinas de Babilonia
Abajo: imagen del zigurat de Etemenanki reconstruido.
Tomado de: spanish.china.org.cn
Ruinas de Nippur.
Tomado de: oldcivilizations.wordpress.com
Base de un zigurat de piedra, Uruk. Tomada de: www.uned.es
Ruinas de Eridu. Tomada de: tectonicablog.com
Yacimiento arqueológico de Lagash. Tomada de: www.britishmuseum.org
Historia:
Babilonia se erige como una de las
ciudades más importantes de la antigüedad. En ella confluyen las condiciones de
haber sido un importante centro de desarrollo material y cultural, y a su vez
el haber sido uno de los núcleos más importantes de la historia de Mesopotamia.
No es casual que el origen etimológico de Babilonia atestigüe dicha supremacía.
Como diría Champdor: “El nombre sumerio
de Babilonia era Ka-Dingir-Ra, lo cual en acadio se transformó en bab-ili o
Bab-ilani, o sea la puerta de Dios, o la puerta de los dioses” (Champdor,
1963, p. 105). Esta denominación da cuenta de un proceso social bastante
importante, la forma en la cual una ciudad se torna centro del mundo a partir
de la instauración de una nueva dinámica de poder y control. Tomando en
consideración lo esbozado por Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, la ciudad se convierte en el axis mundi a partir de sus nuevas
prácticas y rituales fundacionales. El mismo proceso puede apreciarse en la
figura de Sargón I de Acad y la fundación de Asur. Esta última ciudad nace como
centro de poder político y su atribución onomástica da cuenta de su origen
divino, el nombre Asur deviene del nombre Ashar y se desempeñaba como regente
de todos los dioses y los hombres. Así pues la capital religiosa es a su vez
capital política: en el mundo antiguo el poder simbólico no está separado del
poder político (práctico), sino que ambos se complementan.
En el caso de Babilonia, el esplendor
alcanzado durante el reinado de Hammurabi supuso un cambio del axis mundi y de la manera de apreciar
las relaciones de poder en la antigua Mesopotamia. Al decir de Eisele:
“El
príncipe de la tribu amurita Samu-abun, que allí [Babilonia] se instaló hacia 1830 a. C., fue el fundador
de una dinastía que daría a Babilonia, bajo su sexto soberano, Hammurabi
(1728-1686 a. C.) su primera época de oro, convirtiendo la ciudad en el centro
más potente y más importante de todo el Cercano Oriente. Durante sus más de
cuarenta años de reinado, el rey Hammurabi se mostró hábil no sólo en la
política exterior, sino también en la interior, dotando su tierra con grandes
instalaciones de riego y construcciones monumentales, elaborando un sistema
administrativo fuerte y un orden legislativo unitario, formulado en lengua acádica,
que sería la base de una gloria destinada a desafiar los tiempos. Para reforzar
la unidad del reino, él elevó el dios de la ciudad, hasta entonces
relativamente insignificante, Marduk, a divinidad principal de la nación e hizo
su culto obligatorio para todos sus súbditos” (Eisele, 1989, p. 18).
Son variados y complejos los elementos
que expone Eisele para dar cuenta del ascenso que Hammurabi garantizó a su
ciudad. En primer lugar, la noción de tribus supone una forma nómada de
existencia, como los Guti u “Hombres dragón” provenientes de los montes Zagros
y célebres por ser saqueadores; en contraposición a una forma organizada de
vida, característicamente sedentaria, urbana y jerarquizada. En segundo lugar,
la época de oro supuso el mantenimiento del orden en dos sentidos: externo e
interno. La asociación de lo exterior como lo subversivo para el orden
establecido suponía la formación de relaciones diplomáticas pero a su vez el
fortalecimiento de un amplio ejército y el amurallamiento de la ciudad para
resistir cualquier embate enemigo. En el caso de lo interino, la promulgación
de leyes supuso la normativización de la vida cotidiana y el establecimiento de
jerarquía, cuya justificación era ante todo de orden metafísico. Siguiendo la
lectura que Sanmartín hace de este proceso regulador se tiene que: “el sector público se basaba ideológicamente
en la propiedad incondicional de las tierras por parte del dios o del rey. Su
primera finalidad era la de asegurar el mantenimiento del aparato cultural y
cortesano, de la burocracia administrativa y del personal de servicio en el
templo o el palacio. El trabajo de las tierras estaba a cargo de hombres y
mujeres que carecían de parcelas de cultivo propias y estaban sujetos a la
organización estatal por una mezcla de motivos ideológicos y coacción física” (Sanmartín,
1999, p. 24.). En dicha forma de organización social apreciamos la confluencia
de formas simbólicas de control y las relaciones de poder aseguradas por medios
coercitivos.
En tercer lugar, una forma de
administración cimentada en una legislación fuerte es seguramente lo que más se
conoce del reinado de Hammurabi, el código que lleva su nombre. “Para la fijación de la vida cotidiana de la
Comunidad y la observación de sus principios y normas los reyes mesopotámicos
dotaron, en su momento, a sus ciudades y Estados de un conjunto de fórmulas
breves en las que, junto a elementos de contenido coercitivo, aparecían otros
impersonales e instrumentales, pudiéndose así, finalmente, regular –partiendo de
una tradición oral y consuetudinaria- una colección de hipótesis o de
provisiones de rectitud, que forman lo que convencionalmente podemos llamar
Códigos” (Lara Peinado & Lara González, 2009, p. 16). Así, previos al
Código de Hammurabi se figuraron intentos previos para organizar a la comunidad
y regular sus conductas mediante normas y leyes establecidas. Tómese por
ejemplo el caso de las reformas de Enmetena y de Gudea. Adicional a eso, las
leyes solo son posibles de divulgar mediante la tradición escrita, tarea que se
vio facilitada por la herencia sumeria de la escritura cuneiforme.
En cuarto lugar, la idea de un avance
técnico que permitiera mejorar las condiciones de vida se debió al legado
tecnológico sumerio, que brindó la posibilidad de adaptarse a las hostilidades
naturales de un entorno como el mesopotámico. El uso de canales de riego, del
adobe (ladrillo cocido) y la construcción de zigurats y murallas, supone la
apropiación de un legado cultural. A diferencia de lo que normalmente se cree,
la expansión de ciertas comunidades sobre otras mediante el uso de la fuerza no
implica el arrasamiento de todo lo que le es autóctono o característico. Por el
contrario, los asirios emplearon el legado sumerio y la civilización babilónica
fue heredera de ambos legados culturales. La confluencia de aspectos
espaciales, geográficos y ecológicos comunes no garantiza que cada sociedad que
comparta un mismo espacio vital este determinada a comportarse de igual manera,
hay una serie de factores particulares que permiten apreciar los cambios (las
constantes rupturas que supusieron los ascensos y caídas de los imperios
sumerio, asirio, babilonio, elamita y neobabilónico) y las permanencias (la
tecnología hidráulica, la escritura cuneiforme, el panteón de divinidades, las
técnicas de construcción, la arquitectura, etc.) Vemos en estas distinciones y
elementos compartidos un ejemplo de lo que Bravo llama espacio histórico (Bravo, 2012, pp. 33-34).
Si bien, el reinado de Hammurabi supuso
el esplendor de la civilización babilónica, ¿qué rol desempeñó Nabucodonosor?
Como menciona Oates, “la Babilonia que actualmente ve el turista
es en gran parte ‘esta gran Babilonia’, la obra de los reyes neobabilónicos
Nabopolasar y Nabucodonosor. Como hemos visto, gran parte de la ciudad fue
restaurada, y de hecho, reconstruida bajo varios aqueménidas y seléucidas, pero
de los monumentos de éstos se conservan muchos menos que los de Nabucodonosor,
durante cuyo reinado Babilonia alcanzó la eminencia arquitectónica por la que
es recordada” (Oates, 1989, p. 198).
En un momento de frágil estabilidad política,
luego de la caída de la primera dinastía de Babilonia (o Amorrea), los siguieron
en el poder la enigmática dinastía del país del mar y posteriormente la
dinastía casita, con importantes asentamientos en Nippur, Uruk y Ur. Con el
ambiente tempestuoso que supuso los vaivenes ante el poder territorial, la
dinastía IV de Babilonia o II dinastía Isin se erige como heredera del legado
hammurabiano y encaminada a la restauración de la antigua gloria babilónica. En
su lucha contra los asirios asentados en Elam, Nabucodonosor recupera la
estatua de Marduk y el código de Hammurabi retenidos por los elamitas, con ella
recobra el poder simbólico proferido por la máxima divinidad y el poder
político que le otorga uno de los más completos sistemas legislativos del mundo
antiguo. Como diría Eisele, la intención de Nabucodonosor consiste en “en hacer de Babilonia, en honor de un dios,
algo todavía más grande, más bello y más esplendoroso de lo que ya había sido hacía
tiempo bajo Hammurabi, dar al país una nueva prosperidad religiosa y cultural y
demostrar así ser el digno heredero de una civilización bimilenaria” (Eisele,
1989, p. 35).
Referencias:
Bravo, Gonzalo. (2012). Historia del mundo antiguo. Una introducción
crítica. Madrid: Alianza Editorial.
Champdor, Albert. (1963). Babilonia. Barcelona: Ediciones Orbis S. A.
Eisele, Petra. (1989). Babilonia. Historia de la mítica ciudad. Colección Clío. España: Editorial EDAF S. A.
Lara Peinado, Federico & Lara González, Federico. (2009). Los primeros Códigos de la humanidad. Madrid: Editorial Tecnos.
Oates, Joan. (1989). Babilonia. Auge y declive. Barcerlona: Ediciones Martínez Roca S. A.
Sanmartín, Joaquín. (1999). Códigos legales de tradición babilónica. Madrid: Editorial Trotta.
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